Con estos ojos yo vi,
a un hombre con un hacha armado,
como inclemente derribaba el árbol,
aquel que sombra generoso daba,
ciprés que era por mi tan admirado.
Nada en el lugar había más hermoso,
pues nada existía que pudiera parecérsele,
aquellas colosales ramas floridas,
de puntiagudas acículas verdes.
Con estrépito se desplomó en la tierra,
cual si fuera el mismo cielo quien cayera,
a inhumanos golpes quebrantado,
por la insensible alcotana derribado.
Sin ninguna clemencia fue asesinado,
allí su belleza fue en un instante fenecida,
truncada su existencia, su larga vida,
por la avara codicia. Humana e iletrada.
Sin parangón era su belleza,
su egregia majestad imponía,
todo en él era grandeza,
el ilustre legado de donde procedía.
Ya le contemplo muerto,
algo que yo no quería,
por ello miro asustado,
al hombre sin entraña que lo ha derribado.
Efímera vida tuvo,
aunque a centenario llegó,
el árbol que ha diez centurias alcanza,
apenas si una sobrepasó.
Del cielo donde se perdía lo bajaron,
sin preguntarle ninguna razón,
a buen seguro que se hubiera negado,
alegando ser milagro del mismo Creador.
Comments by José Luis Martín