Tiene Tupamí el pelo rubio y tan denso, que cuando le acaricias la cabeza, para no sentir que mimas a un erizo, no debes confundirte y hacerlo a contrapelo. Es también ágil como un tigre salvaje y dice las cosas, que nadie le entiende, con ojos tan grandes que irradian por igual verdad y calor para así convencer a todos cuantos a él se acercan, de sus bondades, virtudes e intenciones varias.

Pamitú, por el contrario, es morena, pequeña y bonita, como el cálido sol que entra en la mañana en la habitación donde dormimos. Nadie hay que la mire y al instante, de ella no se enamore. Habla también con los ojos y con los ojos convenció a Tupamí al primer vistazo. Allí encontró este su amor, además de paz, sosiego y comprensión tanta, que bien pareciera que desde siempre se habían conocido.

En tales pláticas, sin palabras, pasaron los años. Muchos, a decir verdad. Siempre juntos, queriéndose cada día más, si es que esto hubiera sido posible. Uno de estos días, Tupamí explicó a Pamitú el porqué él, tanto recelaba de los seres humanos. La dijo:

 

– Aunque sólo uno de ellos merezca no ser reconocido como tal, y tengas la desgracia de toparte con él, arrastrarás por siempre su desprecio y acaso más, una patada sin intención de hacerte daño, como un desdén, será un desaire hiriente.

 

Después añadió:

 

– Cree el hombre en su sola existencia. Todo lo demás no existe, si no es en razón de complementar su soberbia, su codicia. Dicen de nosotros que nos aman, que les somos fieles y yo digo que en la misma proporción que ellos nos son ingratos. Son tan altaneros, Pamitú, tan endiosados son, que apenas esta condición les permite mirar más allá del futuro próximo. Es tan soberbio que se cree único, solo a él le espera la eternidad en compañía de su Dios.

– Pero –respondió Pamitú- acaso todo eso nos importa a nosotros, o son problemas de ellos que tendrán que resolver con el tiempo.

 

          Se la quedó mirando y sin palabras le adelantó el fin de los hombres:

 

– Al igual que los dinosaurios, aquellos enormes reptiles desaparecidos, estos igualmente periclitarán. De aquí que surjan otros y desaparezcan estos. No es la primera vez ni será la última

– ¿Y cuando sucederá esto que me anuncias?

– Aún deberán pasar algunos miles de años más.

– ¿Y quienes serán los llamados para después de los humanos?

– Nosotros, sin duda –y guiñándola un ojo, Pamitú añadió: aunque es obvio que ni tú ni yo lo veremos.

 

 

                                                                 

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