Porque no me lo quise creer,
bien pensé que me mentías,
pues nunca llegué a imaginar,
que aquello que yo mal intuía,
se fraguaba en tu cabeza,
para oscurecer tu vida.

La existencia aquí concluye,
no hay más luz, que se termina,
cuando la respiración se acaba.
Así al menos me lo asegurabas,
cuando de cosas del corazón tratabas.

Por un instante yo supe,
que aquello que me contabas,
era en verdad el yerro que tenías,
clavado dentro del alma,
espíritu que tú niegas,
porque imaginación se necesita,
con la que amanece el alba.

Bien deberías saber,
que cuanto en la vida pasa,
solo a Él se lo debemos,
por mucho que la libertad sea,
noble virtud que nos ampara,
para hacer aquello que nos plazca.

Libre, sí, mas supeditado,
por cuanto naciendo en nosotros,
por nuestros poros pasa,
para indicarnos que el mañana,
no nos lo cuentan las nubes,
es algo que está escrito en el libro,
en el que la conciencia se basa.

Es por ello que te pido,
paciencia hombre de honor,
y piensa que las cosas no están hechas,
para ser derribadas,
son los pilares más firmes,
en los que se sustenta el alma,
el alma cuando no tiene,
muertas sus delicadas entrañas.

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