Si, estaba tonto,
tonto en la noche y el alba,
en la oscuridad y en la luz,
tres veces tonto sin día, sin noche,
tres veces tonto sin habla.

¡Antonio!, le ríe la madre,
entre el jadeo del viento,
para no oír la llamada,
entre el ulular del aire.

¡Tonio!, decían las flores,
le gritaban las estrellas,
le llamaba el caballo de palo,
deseoso de la fusta imaginaria,
para acariciar su lomo.

La tierra, el cielo, el árbol,
los traía en el cuerpo, en los ojos, en la garganta,
a veces colgados del cuello,
a veces de la cintura colgados.

El viento seguía zumbando,
dejando las calles desiertas,
poniendo las caras tan blancas,
que a empellones brotaba la sangre,
cuando quieto se quedaba frente a mi ventana.

Cordones de plata,
lunas negras en la cara,
cien torbellinos de risa,
por la frente y en la barba,
que vienen risueños a cobijarse
por el pecho, en el alma.

¡Antonio!, le grita la gente,
¡Antonio!, el día se apaga.
Que vengan otros, responde.
mi caballo en la distancia,
las bridas entre las manos,
en los cascos las pisadas.

¡Antonio”, repite la madre.
¡Tonio! Y está tan cerca,
que contesta,
con la saliva en la garganta,
la cara llena de soles,
en los labios una sonrisa clavada,
cuando dos lágrimas le asoman, por detrás de la mirada.

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