Adornado, decían de Pancracio, que estaba de virtudes lleno, cuando no rebosante. Y no debía de ser la afirmación mentira ni aún exageración cuando nadie, que se sepa, al menos la Humanidad por él reconocida, podía decir algo malo de él, cuanto más avieso de su persona.

Era pues paradigma, tanto del buen pasar como del buen hacer, así como de verse florido y hermoso, como espiga en campo de trigo dorado, que era el mancebo espigado y de buen ver, cuando no de bonita estampa.

Así, hasta que un día le dejó de funcionar la chaveta, esto al menos decían los más, que los menos afirmaban que no todo en el mecanismo perfecto le funcionaba ya, que su cuerpo había pasado de nota excelente a sobresaliente raspado.

Esta y no otra debió ser la razón por la que Pancracio olvidó vivir y clamando por una curiosidad hasta entonces no observada, llamó a la muerte con tal ímpetu, que se dejó morir.

Hoy, más que ayer, después de lo sucedido, puede comprobarse que hay curiosidades en la vida que matan.

No obstante, no le debió ir mal en el más allá, que al menos en el tiempo del velatorio nada dijo y aún menos desde que está enterrado.

De ser lo contrario, pundonoroso que el era, ya lo hubiera hecho notar.

                

                                                  

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