Todo parece que comenzó en Socobar Prit, un pueblo de la costa oeste, en el límite de los dos estados del norte, allí donde un puente de tres ojos unía dos lenguas. Trostomido Fausto Caro Regal, el dueño de la gasolinera y barman de su propio bar, fue quién primero se empeñó en promulgar a los reunidos en su establecimiento la ineludible necesidad de ser limpios. Tanto de alma, ya aceptada como precepto o norma por toda la población como de cuerpo, donde había, sí, algunos sucios, sucios…

 

– Pero Trosto, hermano –le preguntó Rengio el de la tahona- ¿dónde encuentras tu la suciedad? Yo miro y con excepción de los deshollinadores, obreros de la construcción por su oficio y vagabundos sin techo ni lavabo, al mundo le encuentro limpio en términos generales.

 

Y Trostomido, reposado y quieto, que los muchos años detrás del mostrador sirviendo le habían aconsejado prudencia, le contestó:

 

– No es esa la suciedad a la que yo me refiero. Es la otra, esa que impulsa nuestros instintos a mezclarnos los unos con los otros sin solución y con continuidad.

– No acabo de entenderlo, deberías ser más explícito.

 

Trostomido Fausto, todo hay que decirlo, era una autoridad respetada en Socobar Prit, no en vano había convertido en púlpito la barra del bar desde la que impartía doctrina con la contundencia de un martillo pilón. A derecha y a izquierda, a diestro y a siniestro, cada tarde, cada mañana, exhortaba a sus fieles clientes a dejar los vicios de este mundo y darlo todo en sólo pensar en el futuro inmediato.

 

– En el día de mañana que nos hará libre, lejos de estas ataduras que nos azuzan y uncen a esta tierra, ya sea por el afán de tener, la costumbre de guardar y la cada vez menos comprensible descendencia.

 

Fue entonces cuando Trastintín comprendió la suciedad de la que hablaba el tabernero. Así, él, desde aquel mismo instante, dejó de compartir, si no la mesa y el mantel, que siempre en su cada servia su mujer,  si todo lo demás. Dijo:

 

– Tiene toda la razón. Fuera lujuria, lejos los ayuntamientos, ¿a que atarnos al futuro? Fuera la sexualidad. Apaguemos la libido. Tan sólo vivamos y disfrutemos del presente, después de mi sobrevenga el caos, que los cielos y la tierra se junten, que el universo entero naufrague en el agujero negro de la nada.

 

Como un reguero de pólvora, como la tea atacada por un rayo, así prendió la mecha de un mundo llamado a su fin. Tanto fue, con tal prontitud se extendió, que los cinco pueblos lindantes, Rivera de Abajo, Fuelle de Arriba, Majano Alto, Ladera Baja y Canuto Estrecho, imitaron a Socobar Prit y estos seis a los veinticinco circundantes y así, en esta espiral progresión, se contagió el país y tras de él, las distintas naciones del mundo.

Ahora, ya sin un solo niño nacido, sin un lloro que nos hiciera advertir el lóbrego silencio de la soledad, se espera que de un momento a otro, con el último de los extintos, desaparezca de la faz de la tierra la vida humana.

El dueño y barman del bar El Cairel Rosa, llevó con pulso firme su determinación hasta el final. Con satisfacción, que pudo alguien de pasados siglos calificar de insana, vio como día a día, casi hora a hora, disminuía la clientela que entraba a sus predicas. Al cabo, el fin estaba conseguido.

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