Cerraba los años,
como las puertas de los autobuses,
con estrépito.

Todo cuanto él hacía,
lo hacía con ruido.
Un trueno en la lejanía,
que explotaba cercano.

Un buen día,
tomó el tren,
y se fue,
camino dijo al infinito.

Mas vuelve,
cuando cae la tarde,
o de amanecida,
con la resaca.

Con la mano en el aire,
dibuja estrellas,
y eses traza con los pies.
que anda torpe y sin rumbo,
perdido y borroso.

Vino en decir ayer que todo se terminó,
que cuanto acaba,
es porque ha empezado.
Hoy lo ha puesto límite,
mañana,
mañana ya no existe.

Y fue verdad,
para él,
se perdió en el intrincado camino,
de la taberna a su casa.

Una vez más tomó el tren de las tres,
y contó, una, dos y tres,
hasta mil.

Le cogieron de las solapas,
hundido en el agua,
con la que se limpian las calles,
con las que se lava.

Para entonces, nadie ya le esperaba,
el mundo entero había huído,
nadie a su lado quedaba.

Va de flores adornado,
hacia su casa en el campo,
aquel que llaman bendito,
porque sin discriminar ampara.

Las cigüeñas de la torre le lloran,
los gorriones perdidos le piaron,
y hasta los búhos le extrañaron.
En el duelo.
un sol de justicia,
le dio su adiós postrero.

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