Flátulo Maganto, cetrino y enjuto como simio catirrino, listo como ratón colorado y astuto como zorra hambrienta, ¡vaya lo uno por lo otro!, preguntó a su cuñada:
– ¿Dónde irá don Castor a tales horas?
Flátulo y doña Encarnación andaban entretenidos en el Parque del Oeste, aquí en Madrid, dando de comer a las voraces palomas, cuando vieron aparecer en el cotano donde estaban a don Castor.
Era éste cojitranco, pulido y entrado en carnes, “Don Homobono Redondo no es un hombre, es una esfera..”, ya saben, tristón en su tristeza y algo ido en sus idas y venidas.
El maestro contable, en viéndole la catadura, volvió a decir a doña Encarnación:
– A fe que te acierto en lo que viene pensando el orondo don Castor.
– A saber que es lo que pasa por la cabeza de semejante tan estrafalario –respondió la mujer. Más aventurando la hipótesis que creo factible, conociendo como se que este hombre odia los libros y la lectura, acaso no sea tan difícil el acertijo. Sin duda se está recreando en unos pensamientos tan dolientes como constreñidos.
– Lo de constreñidos, Encarnación, no te lo he pillado, si es que había algo que pillar, claro.
– Ni falta que te hace, angosto, limitado, también tú, que yo toco y canto sola. Pero, di de una vez, en que puñetas viene pensando.
– En la falta de libertad mental del hombre, porque él se empecina en buscar la libertad fuera, cuando todo el mundo saber o debería saber, que está dentro, en las profundidades del hombre o en las superficies no advertidas. Por eso no me extraña su continuo mal humor, que este defecto es propio de aquellos, que por no saber mirar, ignoran donde está la meta, el fin o la diana, que todo al fin viene a ser lo mismo.
– Es posible que tengas razón en lo que dices, pero no parece tan fácil llegar a tales conclusiones, por más que tu forma de exponerlo no parezca que entraña dificultad alguna.
– Yo me confirmo en la convicción que es en los libros donde se asientan tales seguridades, a lo largo de los tiempos la experiencia en ellos plasmadas, ha hecho realidades inmutables. En su lectura y posterior reflexión encuentra el hombre respuestas, cuando no su camino.
– Verdaderamente, parece obvio cuanto dices –respondió doña Encarnación, que tratando irónica de llevarle la contraria, buscaba inútilmente razonamientos que así la pudieran convenir.
Dijo entonces Flátulo, el maestro contable, campanudo y lleno de ardor:
– Si hombres y mujeres de este planeta admitiéramos la inseguridad como algo circunstancial al ser humano, llevaríamos como adelanto el reconocimiento de nuestra propia debilidad. Desde este punto, tendríamos a nuestra disposición la vida entera para superar tamaño obstáculo.
– Don Castor es un ser saturnino, hecho de contradicciones y pequeños odios que se enfada hasta con el aire que respira. Vamos, como casi todos o algo más. Pero, de aquí a las conclusiones que te acercas, ¿no crees que hay demasiado trecho?
– A don Castor, Encarnación del alma mía, habría que pedirle valentía en su brusquedad, paciencia extrema en sus desesperados actos, de otra forma ni dentro ni fuera encontrará la seguridad que es en definitiva la tranquilidad de conciencia que no posee y que a buen seguro busca desesperadamente.
En tales divagaciones pasó don Castor delante de Flátulo y doña Encarnación. Iba el hombre anonadado, en la nube donde no se distingue la realidad de la ficción, pero con paso impropio de sus carnes. Solo la obsesión le guiaba.
Flátulo y su cuñada dejaron a las palomas y se fueron detrás de él sin ser vistos. Cuchicheaban el uno con la otra, reían los dos alguna ocurrencia maligna del caletre de Flátulo. Después, cuando cansados de caminar le vieron entrar en la ermita del Santo, el hombre dijo a la mujer:
– No te lo decía. Viene a la capilla a por un celemín y medio de optimismo, que es una de las facetas que la vida no le ha dispensado.
– Si de esta forma adquiere la seguridad que le falta, ¿qué de malo hay?
– Nada mujer –respondió el maestro contable- nada. Pero quien lo iba a decir de este hombre, por más que sepamos que, la condición humana saca pecho olvidando que estamos construidos de barro.
Comments by José Luis Martín