Un trueno pulveriza la pantalla y su son, canción al cabo, se expande por la sala del cine al igual que baja de la montaña. Anita tiembla en su butaca. Un instante antes ha sentido como propio el beso que Tom Cruise ha estampado sobre los labios de Nicole Kidman. Han sido dos estallidos distintos e iguales.
Los dos conforman por igual la piel de su existencia
En el espejo de la salida del cinematógrafo se recoge el pelo suelto,
en un grueso moño, con una cinta de goma. Con el aire de la calle
se la hinchan los pulmones sedientos. De su mente se escapa una
limusina negra y brillante, dobla fantasmagórico la esquina llevándose
a los actores principales. Anita suspira, y se le van los ojos tras la
estela de humo que deja el coche.
La cañada de la Gran Vía hierve, atestadas de gentes que salen
doradas de ilusión. Una honda queja-satisfecha se extiende entre la
Red de San Luis y la Plaza de España. Madrid rumia en su ombligo,
el sueño de media noche, el mismo que duerme ahora en las
silenciosas salas de los cines muertos.
Anita, espera paciente, desde el principio de su vida, la llegada del autobús. Una estrella perdida la mira y parpadea en el cielo rectangular de Madrid. Su corazón deshilachado se agarra con fuerza a sus recuerdos amarillos. A mil cintas de celuloide, al olor viejo y picante del polvo que las recubre. Cierra los ojos para ver la abandonada sala de cine, un segundo después sus labios marchitos reciben el estampido violento de otros labios jóvenes. La lluvia hace el milagro de su aparición.
Comments by José Luis Martín