Homenaje del pueblo de

Periana a

JOSÉ BARROSO

en el primer aniversario

de su muerte

(27 – IV – 1930 /  7 – I – 2000)

A un sacerdote llamado José Barroso

 

 

Aunque sólo un hombre hubiera existido
que con amor por el cielo preguntara
y en su zurrón trajera
aún los trozos del corazón
que no ha repartido,
por él, si no existiese,
Dios se inventara;
si no hubiera cielo, se construyera;
si no, la gloria se fundara.

¿Puede la nada negarse,
puede la existencia no reconocerse,
podría defraudar tanto el alma humana?

Dios es lo próximo, lo cercano,
aquello que tengo al alcance de la mano;
que puedo tocar, sin darme cuenta,
que puedo ver, sin yo saberlo.
Dios me acurruca con el viento que sopla,
con la caricia de la brisa.
Me moja con el agua de lluvia,
me tiñe con los copos blancos de la nieve.
Dios es cuanto sé,
lo poco,
y cuanto no sé,
lo mucho.

Es mi piel, mi aliento,
mi corazón, mi alma.
Lo siento, lo lloro,
lo río, me alegro,
me entristece;
es el color, es la luz.
Dios no aparece y desaparece,
no es un sueño inconsciente,
no es el miedo que nos desampara,
es la realidad viva;
llama que calienta el alma,
sopor que mitiga la herida,
camino que nos muestra el fin,
la vida cuando termina.

Dios no me confunde, que yo soy el caos;
soy el turbio cristal ciego, el instinto sin medida.
Es mi Dios el compendio
donde espero la riqueza de su Amor,
la dulzura de su paternidad,
la sonrisa de su alegría que por igual
inunde todos los poros de mi alma.

¿Quién soy yo sin mi Padre?
¿Podría, huérfano, encontrar el cielo?
¿Qué es el cielo?
¿Dónde está, Padre, el cielo?
El cielo es la herida profunda
donde se pierde el dolor
y se recupera el dulce letargo
de la felicidad completa.

Para hacer tabla rasa con tu vida,
que se escapa por la espita de mil enfermedades
(no mueres de una, sino de la suma de todas),
repartes generoso tu mundo,
espiga que al fuego consume.

Unos pocos libros,
un misal sobado,
una butaca añosa,
un cáliz de plata gastado
y tanto dinero,
que con él no pudo comprarse
la sábana con la que te amortajaron.

Regalaste tu vida paso a paso,
así hasta el postrer suspiro
donde, consumido y esperanzado,
miraste de ansia el firmamento,
la infinita entelequia,
el don que ampara generoso
la utopía del hombre convencido.

Se abrió el cielo al fin,
cánticos de Gloria
catarata de Amor.
La Luz, saludó
tu memoria.

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