Contento, lo que se dice contento, nunca lo estuvo Calixto Gerundio. Su vida, por no haber sido un paradigma de felicidad, se le condensó en un gesto hosco y perdurable, nacido de contemplar la vida con desespero. Era, por demás, saturnino y propenso a la melancolía.
– Hasta el día, mire usted, que se produjo el milagro en sus propias carnes. El instante en el cual, la diosa Fortuna le sedujo con la varíta mágica de la suerte.
– ¿Le tocó la lotería?
– Mucho más, señor. Mucho más que el vil dinero.
– Le acertó un milagro.
– Tibio, tibio, aunque la aproximación es real. Le amparó un sueño que pronto se le hizo realidad,
– ¡Coño, quiere usted decirnos que fue de una puñetera vez, que nos tiene en ascuas!
– Escuchen. Una noche, en sueños, aunque creyó estar despierto, y en la cresta de una montaña, a Calixto Gerundio se le apareció el signo del Crismón dibujado entre dos estrellas.
– ¡Oiga!, ¿se puede saber que signo es ese?
– El signo de los vencedores. El mismo que al gran Constantino, el emperador romano vio antes de vencer a Majencio en la batalla que después iban a disputar sobre el puente de Milvio.
– ¿Nos vamos a quedar sin saber cual era el signo?
– Las letras XP.
– Y Calixto, después de semejante visión, ¿Cuál fue la batalla en la que termino vencedor?
– No, no señor, no hubo batalla, le paso a explicar.
Y el intérprete de recónditos sueños narró, a cuantos tuvieron la paciencia de escucharle, que este atribulado hombre, a la mañana siguiente, cuando levantado se pasó por la farmacia de Rico para comprar diez pastillas iguales para diez dolores diferentes que en el cuerpo llevaba, se vio premiado por unos laboratorios que, gratificaban su fidelidad con una participación el Proyecto Genoma, un estudio pormenorizado de cuantas enfermedades tendría en el futuro o bien una segunda opción…
– ¿Prácticamente le aseguraban la inmortalidad? –le interrumpió uno de los escuchantes.
– Si, así es.
– ¿Cuál era la segunda opción?
– Una sepultura perpetua en el cementerio por el escogido.
– No parece que haya duda en la elección. ¿Cuál fue la respuesta del hombre.
– Escogió la sepultura perpetua, para ello dijo, mientras daba los primeros martillazos sobre las tablas que conformarían su ataúd y con una sonrisa que le llenaba la cara de oreja a oreja: “más vale vivir descansado por toda la eternidad que cuatro días más aquí intranquilo”.
Comments by José Luis Martín