Te quiero tanto, Pascuala,

que de ser el amor un río,

los truenos de las tormentas,

me suenan a cantos de grillo,

y es por eso que pido yo al Creador,

que los atributos que llevas,

propios de los de tú rito,

lindos por ser los mostraras,

los exhibieras como cuadro que pintaras

igual que se restaura un vidrio,

tal se come el hambriento una fabada,

por no poner la paella,

en detrimento de la cocina asturiana.

 

Ay Pascuala de mi vida,

ay el tormento de mi alma,

cuando yo esta noche te vea,

te cantaré una romanza,

la única que me sé,

esa que yo me inventara,

para ponerte en las nubes,

para adorarte sin lágrimas.

 

Pascualina, todo mi amor,

enrollado te lo llevas,

que nada hay mejor,

cuando se quiere de veras,

que mirarla disfrutando,

como se cosechan naranjas,

en cestos y canastillos,

donde refugiar el ánima,

igual que se cazan murciélagos,

cegados por la deslumbrante luz del alba.

 

Al igual que los podencos,

compiten por las sabanas,

todo redunda y conforma,

ay Pascualina, mi alma

en grandes risas sin lloros,

en besos y carcajadas,

pues no existe felicidad,

ni corazón que no ría

sino se le lleva embridado,

desde el pesebre a la cama,

pues para ser delicados,

graciosillos con las damas,

basta con tres finuras,

galanteos por las ramas,

pues todo lo que yo te diga,

lo llevo grabado en la palma,

la mano con la que acaricio,

tú piel de nácar,

los ojos de viva luz,

los labios tintos de azul,

de los besos prometidos,

en las noches que volando,

te espero sin dormir,

o dormido y despierto,

me acuesto pensando en ti,

y en la mañana amanezco,

como si fuera la última,

la vez, que contigo fui.

 

                                 

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