Aquel hombre, por más que rico, era un pobre hombre. Su mujer le tocaba, cuando no le plañía y sus hijos le cantaban, marchas reales para que se despertara, al mediodía.
Todo inútil, se había despedido de la vida, sacando la mano con un pañuelo rojo por la ventanilla del coche fúnebre.
A pesar de todo cuanto antecede era alto y guapo, decían. Sería por eso que se creyó enviado del destino, para modificar hasta entonces nuestra alegre convivencia. Se creyó rey de muertos y de batallas perdidas y olvidadas. Fundó, de un todo aceptado, la nada absoluta y su despedida fue entre vítores furtivos y lágrimas candentes.
Los vítores eran de quienes se alegraban en el silencio de sus bocas cerradas, las lágrimas eran suyas, solo suyas, por más que ellas, las lágrimas, se resistieran a bajar el peldaño que había entre el carrillo y la comisura de sus labios torcidos.
Pobre hombre rico. Va sonámbulo por el jardín de la casa nuestra y aún escucha, ecos lejanos, los empujones que manchaban las páginas escritas de los medios de comunicación, allí donde le pedían a gritos su pronta desaparición. Pobre rico hombre, que no pudo demostrar la fuerza con la que engañó a cuantos esperanzados le esperaban.
Ahora vegeta mirando al Altísimo en el que no cree, y en momentos puntuales, ante su mujer, que le adora, pues aún no le ha abandonado, despotrica contra todos aquellos, todos, los no supieron entender la magia con la que él trazaba el camino empedrado y por donde la vida de todos, decía, debía de transcurrir.
En los días de sol platica, en los días de lluvia calla y mira por la ventana y ve el cielo y a cuantos en silencio le piden cuentas. Los años perdidos le inflaman el pecho y en él construye un infierno de llamas y rencores. El agua de lluvia que cae del cielo, mitiga sus ansias y le impide salir a la puerta de su nueva casa de rico y gritar aquellos años de incomprensión.
Quiso entonces tener un río en el que navegar, con sus sueños de colores. En una barca hecha con las mimbres de la imaginación y donde volaran todos los barcos que en él se aventurara a mecerse en sus aguas, alumbradas siempre por las cataratas del cielo.
Y justamente, de todo esto se quejaba. Nadie, ni siquiera los próximos, los que le habían acompañado en los casi ocho años de aventura pública, se enteraban de la altura que tenían las imaginaciones del profeta alado.
Ahora se esconde del mundo, quien fue primero se refugia entre los cánticos que le arrullan dentro de las paredes de su nueva casa, que el sonido de las guitarras que fuera suenan, no son precisamente cánticos celestiales, que mal invocan su nombre y apellidos, rotos por quienes en él vieron el enviado de la providencia, cuando había que haber descubierto la fatalidad.
Fue primero en aquel país, eso al menos lo creyó él, como si todos los habitantes, por continuar con la farsa emprendida, más parecida a una hecatombe, fueran risibles payasos de circo.
Fue en definitiva un hombre crédulo de manos vacías, ese hombre rico hoy de posición pobre, que vive opíparamente en la casa que entre todos cuantos asistimos a las gradas del espectáculo, le regalamos generosos por los siglos de la siglos. Amén.
Comments by José Luis Martín