Regáñame Señor porque estoy,
en esta vida sin sombra.
Mándame la hora suprema,
esa que existe sin mancilla.

Gime la carne de dolor herida,
llora de cansancio el alma,
desespera el corazón latiendo,
la sangre en torrente huída.

La risa tengo de envidia olvidada,
sólo es tristeza el camino,
donde los árboles de luces apagadas
enturbian el hondo abismo, mi sino.

Nadie hay quien acariciando mi sien,
pronuncie palabras que en el alma vivan,
nadie hay que estrechándome entre sus brazos,
vivifique de pasión la vida.

Ando a la carrera y descanso sin parar,
la impaciencia grita dentro carcomiendo el habla,
y tengo, de tan cerradas las ventanas,
ciego los ojos y sin luces el ánima.

Tu mano en mi frente pon,
tu aliento en mi pecho sea,
y veras que la alegría retorna,
cuando a la desazón derrota.

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