La mujer de Porfirio Firme y Tieso, le pone firmes cada vez que le habla. Porfirio se deja hacer, o deshacer, según, cuando le mandan y ordenan.

Doña Perfecta Casado de las Umbrías, tiene el genio en la punta de la lengua, porque no admite, en su marido, desganas en el quehacer diario. Firme y Tieso no la replica, conoce el pronto de su señora, que es capaz, en un arranque, de suprimirle de un plumazo el desayuno que le lleva por las mañanas a la cama.

– Tú, calladito, Porfirio, que estás más guapo.

Y Porfirio se achanta y cierra la boca, si es que tiempo le había dado para abrirla. Recoge pues la palabra no pronunciada y archiva el pensamiento para mejor ocasión.

– Tú, Tieso, vago de la mierda –le dice la doña a su esposo con una sonrisa irónica cuando le ve repantigado en el butacón del salón de su casa mirando la tele las horas muertas- acércate a casa de tu hijo y pregúntales si vienen mañana a comer.

– Y no sería mejor que les llames por teléfono y se lo preguntes tú. ¡Vamos, digo yo!

– Si, pero si así lo hago, tú continuas ahí, aplanado, sin hacer caso a la doctora que te ha recomendado andar todos los días media hora a buen paso. Es la forma para recuperar tus delicadas como doloridas piernas. Y es que, ¡hijo!, ni te mueves, no sé que va a ser de ti.

Porfirio Firme y Tieso se queda ídem una hora después de despertarse y esta, la pasa medio amodorrado. Eso al menos es lo que le echa en cara su mujer. Después de comer se dispone para la siesta con bacín y ya no es hombre a las siete de la tarde, que se le escapa el mando de la tele cuando se queda transpuesto. De aquí que la doña haya tomado el mando, el bueno y así Firme y Tieso se ha librado de todos los quehaceres por ensalmo. No se sabe las muchas gracias que da cada día a la divina providencia por haberle concedido tan sustancial regalo.

– Tieso, levántate y ve a la tienda del zoco y compra espaguetis, que no hay para el primer plato de la comida.

– Pon fideos, Perfecta, que a la postre pasta son.

– Tú si que ere pasta, digo plasta y medio. Todo el santo día mirando a las musarañas, sin que por eso se te ocurra perder la cara de vergüenza.

– Vergüenza de qué, Perfecta. Acaso no me lo he ganado.

– Si tú lo dices. Pero mira, dime qué de provecho has realizado en la vida, hasta este mismo instante. Funcionario de tres al cuarto y mitad.

– Nunca tuve una queja emanada de mis superiores. Por algo sería, ¿o no?

– Pues mira por donde, yo si las tengo y muchas de ti. Y no entro en profundidades, que al fin y a la postre se que esas cosas humillan.

Porfirio lleva algunos años que duerme mal. No se acostumbra a hacerlo solo, después de cincuenta años aguantando las patadas de su señora en los tobillos, que ésta, aquejada del mal conocido por el nombre de “Baile de San Vito”, con mayor frecuencia de la deseada y casi siempre cuando la etapa REM del sueño. Ahora se le ha juntado el hambre con las ganas de comer y se despierta con ligeros apremios que le hacen tirarse escopetado de la cama. Es por eso que la dice:

– A partir de media tarde no quiero beber, ni agua, ni los brebajes que me preparas, esas mixturas milagrosas que dices que mantiene la inteligencia a flote, como si la inteligencia fuera un barco en medio del océano

– Y eso por qué, ¡si se puede saber!

– Me obligan cada noche a levantarme, acuciado por las imperiosas necesidades de un cuerpo decrépito que ya no domino, como sería mí y deseo y mi conveniencia.

– Pues tú sabrás lo que haces. Si dejas los brebajes que llamas, eres capaz de no despertarte en todo el día.

– Bueno, vale. Pero quiero una cena sin líquido alguno y misérrima.

– Qué sabrás tú lo que es misérrima.

– Mañana, para tu conocimiento y para que te enteres y me eches en falta, me toca médico, la tensión.

– Y pasado ¡qué?

– Revisión del coche.

– De eso se encarga el seguro y así quedas libre. Con estar con las llaves dispuestas para dárselas al que venga con tal embajada, tienes bastante.

Y así pasan, entre bromas y veras, entre dimes y diretes, las horas, los días y los años. Los dos, mirando el horizonte, por donde se oculta el sol, hablando del pasado, riéndose del presente, ese ayer que no hace daño, todo lo contrario, porque los recuerdos embargan y hacen feliz al corazón cada vez más niño.

Doña Perfecta y Porfirio, pasan los días juntos, que solo, como hemos dicho, les separa la noche, esa que alumbra el cielo por el sitio contrario por donde se oculta el sol.

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