Antes de salir a la calle, don Castor Trijuénico de la Molienda, se lava, se afeita y se mira y remira en el espejo. Si por circunstancias que no vienen al caso, diez veces se debe de ausentar de su domicilio, donde es reacio a permanecer que es hombre de aires libérrimos, diez veces se lava, se afeita y se mira en el espejo a ver como ha quedado.

Aunque parezca mentira, a Trijuénico le crece la barba que da gusto. Se conoce que no es igual que el resto de los mortales, que con un rasurado van que se matan o chutan. Este no deja una cerda a su albedrío, y aún, si hace mucho tiempo que se acicala solo, pasa por la barbería de un amigo «Anima mea» cuando se encuentra en Coscojal de los Desamparados o por la más próxima a su domicilio cuando está en su domicilio de Madrid.

Tales manías, como con alguna razón las definió su vecina Petrocínica, le vienen de un viaje que Trujuénico de la Molienda hizo a Centro Europa, en agosto del pasado ejercicio.

– ¡Olía mal el mundo!
– No, señor, ni el mundo ni Europa, vaya imaginación que le echa usted a la cosa. Que lo explique, que lo explique el narrador que para eso esta.

Dos Cosme ya es tradición en su vida, suele hacer una excursión anual a un país del mundo. Los cinco continentes, a esta altura de su vida, se los conoce al dedillo, que, previamente, antes de pateárselos, se los ha aprendido en su casa con un mapa y un puntero, donde se deja, a mas del ojo -léase la vista- lo mas florido de su intelecto curioso.

– Aquí América, aquí Asia y aquí África, que Oceanía queda como más alejada y difusa. Europa es, desde que no termina en los Pirineos, tras la ampliación del Mercado Común con España dentro, el objetivo inmediato. El resto se contemplará en su día, si es que da tiempo.

Y así, hora a hora sobre los mapas y año tras año, sobre el terreno, se fue conociendo el orbe, hasta aprender a soñar en todos los idiomas conocidos, por mas que en el único que se defendía y mal, era en el suyo propio pues apenas si en el caletre se le quedó dar las gracias en inglés, italiano, ruso y francés, que fueron los que, fonéticamente, mejor se le quedaron.

En la plaza de los Héroes de Budapest, mirando las banderas tremolar al viento, don Cosme, que distraído estaba de las explicaciones que a los turistas daba el cicerone de turno, sintió en la pituitaria sensible un extraño hedor. Pensó que el viento, que por el frío parecía fuera del ártico, traía efluvios de alguna ballena muerta. Como la explicación no le parecía del todo convincente, miraba al resto de compañeros como pidiendo confundido una explicación. Uno de ellos, acercándosele, le dijo:

– Alerón alegre señor, no busques mas, esa es la explicación.

Nunca supo como se llamaba aquel turista que, durante unas semanas apenas si dejo respirar a los húngaros que era tal el hedor que emanaba de su persona que, don Cosme, de aquel viaje, tan solo se acordaba de aquel hombre, siempre enfangado en la lectura, que cuando se movía, lanzaba en forma de malditos efluvios, mil bombas atómicas o en el caso que nos ocupa fétidas.

– Oiga, don Cosme no cree usted que mejor que alerón alegre, le vendría mejor alerón triste.
– Bueno -contestó este- cada uno es muy libre de escoger.

Y esto es, lectores, la explicación mas cercana a la limpieza que de su persona hacia don Cosme Trijuénico de la Molienda en estos últimos días de su vida, que fueron los mas limpios.

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