Mi casa está llena de recuerdos encantados,

amadas añoranzas que me cuesta identificar,

la delicada sombra que me arropa,

sazón es del tiempo y de las horas,

descarnada patina que empaña,

la difuminada existencia del lugar.

 

Se deslizan los años como fluye el agua,

el calendario se enturbia mal borrado,

cansino buscas por doquier sin encontrar,

otra cosa que la abundancia de la nada,

el revuelo producido por evocaciones inconexas,

fruto de ensueños nunca concluidos.

 

Cuando un rayo de sol se abre paso,

y por un instante alumbra el interior,

haciendo nítidas las páginas del libro,

ávido, porque el momento se apaga,

tomas avaro lo brizna de juventud recobrada.

 

Es un juego, un vaivén en la vida,

y ¡ay!, quien de ella se arrepienta,

serás jinete en la cola del caballo a la carrera,

ruin carromato, tartana crujiente y vacía,

despeñada, loca, sin rumbo en la huida.

 

Porque veo el fin en la distancia,

el último camino que nos queda por recorrer,

cogido voy del brazo al que me asio,

allí donde apoyarme puedo seguro,

hasta saber que, una vez más, todo es ficción,

otra despiadada, irónica risa del destino.

 

 

 

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