Con decisión, hasta entonces nunca demostrada, Gerarda Inusita llamó a Gumer de Otranto hasta el baño donde se encontraba.
Gumersindo, que acababa de entrar en la habitación de la joven impedida, sin palabras que suplía con una sonrisa de oreja a oreja se acercó hasta la muchacha. Esta, cuando le tuvo a su lado, al tiempo que le tomaba de la mano le dijo:
– Cierra la puerta con pestillo y vuelve hasta mí.
Hizo el muchacho lo que le pedían con diligencia y con idéntica prisa se volvió a aproximar a la silla de ruedas de su amiga Gerarda.
– La princesa está servida – le dijo, sin cejar en su sonrisa cada minuto más expectante.
– Sí, todo deberá desarrollarse según lo previsto. Para ello de aquí en adelante, al menos en los próximos 15 minutos, deberás acatar con complacencia cuanto me dispongo a hacer.
Y mirando la cara de perplejidad de Gumersindo, le añadió:
– Es al tiempo mi venganza y mi perdón. No obstante, antes de dar el primer paso debes de jurarme que seré la dueña de todos los actos que me dispongo a hacer. Por más que te parezcan extraños, por más que creas que no vienen a cuento. Tú guardarás en todo momento silencio o cuanto más continuarás con esta sonrisa de incredulidad que adorna tu cara. ¡Ah!, y no temas, no está en mi ánimo hacerte daño. Por el contrario, con lo que me propongo hacer busco que nunca más en la vida puedas olvidarme, ni siquiera por las horas que tiene un día.
Asintió sin palabras Gumersindo y se dejó hacer.
Gerarda entonces le atrajo más si cabe hasta su silla de ruedas, pegándole, de pie como estaba, contra uno de sus costados. Gumersindo, que sintió la fuerza con que era atraído le dijo:
– Me tiras, Gerarda.
– Prometiste guardar silencio. Cierra lo ojos. Todo pasará en unos pocos minutos.
Con ellos cerrados, notó Gumer que le revolvía la camisa a la altura del pantalón. Cuando las manos de Gerarda le hurgaban en busca de no se sabe muy bien qué, pensó el muchacho en una broma, en una salida de tono inédita y comenzó a reírse con espasmos nerviosos.
– Calla, hombre, calla, no seas tiquismiquis.
Se prometió Gumer muy dentro de si no volver a exhalar ni el más pequeño ruido. “Así, se dijo, se hunda el mundo”. Claro es que no sabia entonces que, una vez desabrochado el cinto y el botón de los pantalones, bajada la cremallera de estos y los calzones, debería de ¿soportar?, “no, en modo alguno esta es la palabra exacta”. Mejor sería decir que algo irreal le ocurría. No es, en modo alguno, repito, que no supiera que es lo que le estaba haciendo Gerarda, pues otras muchas veces el sexo oral lo había tenido con su novia, pero la sensación placentea que comenzaba a correrle por las venas, algo no experimentado hasta el momento, sin duda era la primera vez que lo experimentaba.
Fueron pocos minutos, menos que aquellos en que el tiempo se dilata y se encuentra la otra dimensión, aquella que nos permite encerrar en un sueño, mil años. Si, mil y un años para no quedarme corto. Un instante para vivir toda la vida.

Comments by José Luis Martín