Abrí los ojos para ver el mundo,
más me hace daño confesar mi decepción,
es el hombre solo que corre desamparado,
tratando en vano de ocultar su miedo y dolor.
Miré al cielo de color azul pintado y de nubes lleno,
ese sempiterno estar para nosotros desconocido,
el enigma que ampara al tiempo el mañana y la esperanza,
refugiado a buen seguro en los pliegues del alma.
Sí, es verdad que miro con la imaginación el infinito,
y busco alguna explicación que me satisfaga,
que confundido clamo en los pasos que ando y doy,
en vano tratando de encontrar la luz que no se apague.
Se por convicción lógica y natural que existe,
el que busco en la claridad que me ciega,
quien me explique la razón del ser desconocido,
que conmigo cabalga en el silencio que me anega.
Sin palabras manda y su silencio llena,
quiero conocer la eternidad que siento,
deseo saber de dónde es que vengo y donde voy,
no me hizo ciego y mudo para que calle el descontento.
Clamo pues por ello como si infante fuera,
niño que llora su inmensa desolación,
no saber quién soy,
como secreto arcano guardado en un cajón.
Tantas mentiras a lo largo de la existencia,
las que tengo en el alma archivadas,
no hacen que en mi interior me complazca,
que quiero dilucidar de una vez las encrucijadas.
Es por eso que no temo a la inmensidad que me rodea,
el lugar de donde dicen que me espera,
la resurrección de la carne y el saber,
de qué materia se compone la vida que me aguarda.
Tan difícil es saber, que nadie sabe,
de la inopia que nos causa el precipicio que espera,
ese otro lugar donde se guarda,
el eterno bajel, timonel que nos lleva.
No digo adiós como despedida,
sé que puedo y volveré,
que no quiero que nadie viva,
en la incertidumbre que yo me encontré.
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