“Ni siquiera YO puedo cambiar la visión de tus ojos sin inmiscuirme en tu libertad”
Siempre fue Pepito un niño grande y sonriente con el mundo. Hoy, a la salida del trabajo ha querido ir andando hasta su casa para así poder contemplar, a la luz del sol que se esconde, la alegría de ver las maravillas que muestra la ciudad. Se sonríe Pepito con el balón cansino que se le escapa al niño ahíto de jugar. Con el destello del color de las flores en los tiestos colgados de las terrazas de los pisos bajos. De la primavera en suma que brilla. Del verano que nos alivia del frío. Del invierno que nos tapa con las nevadas esperadas. Del otoño que convierte en oro viejo a las hojas. Pepito ríe con todo y de todo hace una fiesta en su alma.
La mujer de Pepito se llama Dolores. Nadie la llama Lola. Hoy ha ido a la compra, que tiene la nevera vacía. El marco de referencia por el que anda es el mismo de su marido, sin embargo, los ojos de Dolores no encuentran las estaciones del año distintas sino iguales. Tiene los ojos llenos de lágrimas, por más que se los veamos de color cielo por las mañanas y de color azul de mar embravecido a la caída de la tarde. La soledad sin explicación le asedia y le golpea y la pena que no se ve le circunda por todos los poros de su ser. Cuando sale a la calle, la misma de su marido Pepito, sólo ve el día después, asolado día porque han pasado los bombarderos de la aviación enemiga. Las aceras, tras el bombardeo, están llenas de cristales rotos. Las ventanas, como ojos ciegos, dejan colgar astrosos harapos de lo que fueron cortinas. Por entre ellas pasa el humo negro del fuego que dentro se extingue. Todo cuanto ve es un cementerio desolado, una caverna de la que cuelgan del techo las tristes telas de araña.
Dolores cuenta cuanto ve en humores críticos, en voces de dolor que son incomprendidas peticiones de auxilio. Ella construye dentro el mundo que quiere ver fuera y cuando abre los ojos todo el complejo andamiaje de la vida se le cae hasta formar el caos real que sólo ella alcanza a ver.
Esta noche Pepito contento abraza a Dolores angustiada. El hombre ve exclusivamente lo que quiere ver y no se da cuenta, cuando la hace girar en sus brazos buscando un paso de baile, del hastío de su compañera. Dolores, porque dentro la negrura invade su caverna, busca en el balcón la luz irreal que entra de la calle y allí se van los dos, confundidos, abrazados, a chocar con el destino hecho de cemento sucio de la acera.
Comments by José Luis Martín