La soledad es el comienzo del infierno,
es el águila que vuela soberbia en el espacio,
dueña y señora de sus alas,
con las que amaga acercarse al sol,
acariciar la luna redonda en la noche,
mientras sus ojos, clavados en la tierra,
buscan desesperadamente su pitanza,
que ignora la fuerza que transpira,
mientras se alza altiva,
con la misma fuerza que lo hace el amanecer.
La soledad es un cuarto mínimo y revuelto,
una intensa mirada a la nada que te rodea,
la finitud de una vida tarada
después de haber alcanzado la saciedad de la angustia,
ese sutil vacío que te destruye inclemente cuanto encuentra.
Se anda en soledad y se llega a ella,
como el condenado cumple su condena,
día a día, hora, a hora, segundo a segundo,
sin que el tiempo aplaque el castigo,
cual si la sentencia hubiera sido de agua en catarata,
y nunca dejase de caer sobre su víctima.
La soledad acaricia la cara,
igual que un cuchillo la garganta,
aún cuando el mundo entero lo ignore,
o precisamente por eso, soledad,
es la música que se escucha por un único oído,
el cruel silencio con el cual se acalla el alma.

Comments by José Luis Martín