Del dibujo de mi persona,
que plasmé sobre un papel,
vine yo a saber que era,
en mi lo grande chico
y al revés.
La estatura no llegaba,
eso que primero se ve,
al metro treinta empinado,
subido sobre los pies.
Tan grandes cejas tenía,
que la frente me tapaban,
y aún la boca se escondía,
perdida bajo la napia.
Esta era, por el contrario,
nariz tan reseñada,
que muchos que la miraban,
perplejos la confundían,
con argolla o eslabón de aldaba.
Los brazos alicortos,
apenas si me llegaban,
para rascarme la calvicie,
siempre que la cabeza agachara.
Tengo por el contrario,
el corazón y sus cábalas,
rodando por todo el cuerpo,
junto al alma desbocada.
Aquí lo pequeño se aúna,
por eso lo grande se apaga,
y queda por todo ser,
un hombre sin mengua y tacha.
Que lo importante será,
si es que las cosas no cambian,
aquello que dentro lleva,
la persona y no su talla.
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