Vino el prolapso zumbón,
sin que nadie le llamara,
que sólo se presentó,
a las nueve de la mañana.

Cargado vino el mamón,
con la azada y la guadaña,
bien parece que planea,
prepararme la mortaja.

Será por ello que siento,
como si la muerte soplara,
su fétido olor nauseabundo,
esparciéndomelo por la cara.

Díganme, señores míos,
si la desdicha les alcanza,
cuan agradecido puedo estar yo,
visto lo poco que cunde,
aquella moza abundancia.

No quiero llorar por ello,
más si quisiera advertir,
lo presto que pasa lo bueno,
lo raudo que busca en salir.

La vida, bien es sabido, tan sólo dura un instante,
es soplo ligero en el sentir,
pues aunque parezca a la luz lejana,
nada es sino, un segundo asomado a la ventana.

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