Un cura, la monja y un sacristán,
juntos fueron al cielo,
que los tres en compañía lograron,
mudar el camino emprendido al infierno,
pues tal era la discordia entre ellos
de cual de los tres debería ser el primero.

La monja por ser mujer,
el sacristán presumiendo de humildad,
dejaban al pobre cura,
de espaldas al mismo altar.

Este, hombre al cabo, de furia poseído,
levantó la mano pidiendo,
que se le escuchara ya,
que al fin dijo que estaba diciendo,
las cuatro verdades intrínsecas,
en las que se basa la pura verdad.

En esto vino el ángel de la guarda,
para imponer respeto e impartir bondad,
que los gritos mal lanzados alteraban,
tanto la paz en el firmamento,
como allí donde se cocina la santidad.

Enumeró sus respectivos milagros y dijo,
cada uno por su lado sumar la cifra obtenida,
que para defender el escaño,
aquel que os correspondió en vida,
primero hay que enumerar los logros alcanzados,
cuidando de no cometer ningún desliz y menos engaño.

Tras prolijas deliberaciones,
llegaron a la conclusión,
que los gritos y las voces,
lejos de abrirles la puertas del cielo,
les condenaba a esperar al menos un siglo,
el veredicto con su inquebrantable determinación.

Hoy es el día que andan a la gresca, si, señor,
por más que en silencio y espera,
que al fin se abran la gloria,
para cobijar tres ánimas,
las del cura,
la de la monja,
y la del sacristán que luchaba sin bandera.

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