Por la vida se va,
sin conocer al vecino,
por más que sea un alma en pena,
en la mitad del camino.

Dicen que el genio era tonto,
porque apenas si comía,
todo su trabajo era,
enseñar lo que sabia.

Y entre el vecino y el genio,
aquella avispada mujer creyó,
que era mejor quedarse,
sin ninguno de los dos.

Creerá el mundo que invento,
los renglones que aquí escribo,
cuando es inmutable verdad,
creer lo que yo digo.

Por tanto profesar,
yo supe desde el lado de esta orilla,
que no todo lo que se piensa,
florece tras la feraz semilla.

Por todo ello supongo,
que a la vista de un león,
nunca se le podrá confundir,
con la ferocidad de un melón.

Y quien crea que da risa,
lo que con ironía se escribe,
que piense en cuanto ignora,
cuando vil desprecia lo que recibe.

No siempre la felicidad se alcanza,
en los números de la suerte,
mucho mejor se consigue,
la noche que alcance a quererte.

El genio que parecía tonto,
hizo por esta vida tanto,
que nunca se vio pagado,
quería ser dios y no santo.

Adiós vecino desconocido,
hasta luego genio lóbrego,
los dos me habéis servido,
para masajear mi humano ego.

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