Si decirte pudiera,
lo que llevó pensado,
tú me extrañarías,
y loco me motejaras,
hasta que los cielos temblaran,
y la luna saliera en el día.

De la calle vengo tan mojado,
que solemne juré no salir nunca más,
cual si el hombre dispusiera,
como si la voluntad mandara,
y no estuviera dirigida,
por el mundo que rueda,
y la vida pasa,
y todo, todo,
en tres letras acaba.

Con el fin se cierra,
la imaginación soñada,
los árboles del bosque,
las luces en la alborada.

Cuando yo pueda,
haré de esta soledad,
mi lugar en la tierra,
al igual que pacen los bueyes,
como juguetean los pájaros,
buscando el resplandor que ilumine,
la vida cuando acabe.

No he de despedirme aquí,
que me aguardan tantos lances,
como estrellas pueblan el cielo,
será por eso que digo,
al revés de cuanto pienso.

Todo es mohína en la existencia,
pesada en la balanza del barro,
con los pies en el aire,
con los brazos de alambre,
que nadie inspira complacencia y sangre.

Vuelvo a la calle,
allí donde juré mojado,
ya nunca más volver,

Es el sino, es la espera,
es cuanto nos queda,
cuando todo se ha perdido,
y tan sólo se alcanza el cielo,
embadurnado de tanta miseria,
que es el pensamiento vano,
y la voluntad terca.

Por todo termina el día,
y así se acaban los años,
aquellos todos que caben,
en la cesta del engaño.

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