Para que no creas,
que todo en la vida es amargo,
aquí te traigo,
en cuatro líneas que no legajo,
la poesía que me inspiraste,
aquella tarde cuando transido,
me dijiste que te acordabas de mí.

Bien del mundo sé,
del mucho tiempo pasado,
allí donde temor busqué refugio,
entre los descarriados sin tino,
huérfanos, carentes de todo bien,
que sus vidas mal reposan,
próximas a pronunciar,
el postrero amén.

El que en el mundo no encuentre,
el oro que sus tesoros esconden,
pues al alcance solo están,
de aquellos afortunados,
que la suerte les depara,
cuando la conciencia les importa poco,
y nada perciben,
sino sus vastos logros,
nunca truncados.

Pero hay más,
mucho más,
solo tienes que mirar,
por encima del futuro,
al límite del infinito,
aquel que trazas,
en los sueños que revives,
y se acercan a la eternidad,
cuando la imaginación despierta,
superando complacida toda suerte de mal.

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