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Leopolda Soledad o doña Leopol, que de las dos maneras se la conoce en el vasto mundo de los Grandes Poderes, es mujer muy versada en espatulomancia y otras zarandajas de igual jaez, ciencias todas ellas dadas a la adivinación y a la magia, en cuanto estudian y hacen observancia de los huesos y su estricta lectura, sujeto activo, o pasivo, según se mire, del exacto vaticinio.

A doña Leopol, desde tiempo inmemorial, aunque aun se conserva joven y de muy buen ver y pasar, la enseñó su marido, don Teodorito Rito To – en los carteles – un fenómeno en la materia, (que en paz descanse con las malas pulgas que se gastaba en vida ) y a este su padre, y a su padre su abuelo, y así hasta llegar a la Prehistoria, o antes, que era larga la saga. Tan sólo, aseguraba la mujer en «petite comité», se dejaron de usar, artes tan sutiles durante el período infertil y oscurantista de la Edad Media, y ello para no poner en peligro la continuidad y la tradición, pues por aquellos remotos tiempos, ya es algo requetesabido, te ponían una tea al pie por mucho menos de quítame de ahí esas pajas y póngamelas allá, que están mejor y mas aparentes.

La espatulomaga – nombre este inventado por su Teodorito Rito To, a punto de entrar en el DRAE – día si, y noche también, ! qué mas tiene !, tendía su parva de huesos y ! hala !, a dejarse el párpado en ellos. Doña Leopol sabia del sacrificio que cuestan las cosas.

Los tenía de gallina, gallo y pollo, previa degustación de sus carnes adquiridas honradamente con lo que había ganado interpretando otro tuétanos. Los tenía de liebres finas, conejos gordos y gazapos recientes. Los tenía de recentales de oveja y cabra, aunque menos, debido a su volúmenes en los dos casos. Y en fin, de gato y de perro, aunque a estos los habían desollado otros, limpiado otros, y puestos al oreo otros, que a doña Leopol no le gustaba lo que no se iba a comer.

Una vez secos y amarillos – los huesos tienden en un primer momento a ajarse con un color pajizo, para luego devenir en blanco que es como decir a ningún color – la espatulomaga los pintaba con los colores del abejaruco y de las oropéndolas, que son estos pájaros ricos en tonos y de grande atracción para doña Leopolda Soledad. Una vez coloreados, en ranchos, trazos desiguales o iguales, manchones abstractos etc., ya se encontraban dispuestos para ser echados. Y aquí viene el intríngulis y del por qué, unas personas son clarividentes y otras no. Del por qué tantos son los que lo intentan y tan pocos son los que se licencian en la materia. No hay duda de que todo se debe al desconocimiento de las dificultades ocultas y que son desconocidas, aunque obvias, para la mayor parte del género humano. Estas son:

1º.- Hay que esparcir los huesos sobre una superficie accidentada y de un solo color, sin que ninguna de las piezas que forman el esqueleto se haya perdido, porque todas deben formar parte del dibujo esotérico final.

2º.- Los huesos, todos, deben de estar ordenados desde la cabeza al calcáneo, siguiendo la cadencia de los números, su orden. Así, respetándose el lugar donde hayan caído, se unen por un trazo sutil, tan sólo percibido por el iniciado, dando lugar cada vez a un dibujo diferente y complejo que desentrañará el futuro.

Alterar cualquiera de estos ordenes supondría desvirtuar de forma grave el mensaje dado al interpretador o clarividente y por tanto al sujeto que podría pasar de agraciado a desgraciado o viceversa. » Son cuestiones estas – decía la espatulomaga – resueltas de antemano, que no admiten controversia alguna. Así han sido siempre y así lo seguirán siendo »

Los mismos huesos, a más del dibujo que forman en sus diferentes uniones, indican, tanto por la posición y el lugar que han caído, circunstancias precisas tales como el Poder: los huesos donde residen estas facultades son las falanges, los falangines y las falangetas o el cubito y el radio, de acuerdo con el esqueleto estudiado; la Sexualidad: los huesos pélvicos primordialmente, y algunas costillas las más cercanas a las mamas; los Accidentes: rotulas, tibias y peronés; o la Muerte o la Sabiduría: los propios de la calavera.

– Pero, doña Leopolda Soledad, todas estas especulaciones, ¿de donde las saca?, porque tengo entendido que es usted analfabeta – le objetó don Rufiniano, su vecino, pasante de abogado y muy metido en la ciencia experimental.

– Ay, Señor – exclamó la espatulomaga – la ignorancia de la gente traspasa los confines de lo irracional.

E indicando con el dedo índice de su mano siniestra el acervo de huesos que tenía recogidos en el guruño de su falda dijo:

– Estos son mis poderes, estos las páginas de mis libros que me apresto a escribir, quien quiera entenderlo que lo entienda y el que no, que le den morcilla.

Y aún añadió.

– Yo escribo los libros así, con letras distintas en un alfabeto por escribir; en el abecedario de los sueños, donde todos cuantos componemos la Humanidad estamos abocados.

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