Durante las fiestas patronales de Güijuelo de Paña. Los mozos de la zona norte se enfrentaron con los mozos de la zona sur, como ya era tradición repetida en los últimos cincuenta años. La virulencia empleada en estas confrontaciones se iba acrecentando según pasaban los años. Mientras que los motivos se iban diluyendo hasta que nadie en el lugar recordaba muy bien el origen de tales diferencias.
En el día más grande de las fiestas reseñadas cayó, en medio de la Plaza Mayor, la campana de la iglesia fulminada por un rayo. Como el estruendo, el olor a azufre y el cráter abierto, fueron todos ellos espectaculares, el pueblo se reunió a su alrededor.
Bernardino el Manco, al ver el hoyo en la explanada, comentó en voz alta que aquel estropicio tan sólo podía haberlo producido los mozos de la zona norte que, en su afán por distinguirse, habían protagonizado hazaña tan poco lucida.
Jacinto, el herrero tuerto, dijo exactamente lo mismo pero esta vez culpando a los mozos de la zona sur del campanazo. “Tamaña barrabasada a nadie, sino a estos, se les puede ocurrir”.
Heliodora Campos, una de las más afectadas pues tenía abierta huevería en la plaza, echó el desaguisado “sobre la incuria del alcalde, – su palabra exacta fue huevo – aquel gordo y panzudo saltimbanqui, ocupados en juergas y convolutos – exactamente le llamó trincón – y dejando a la mano de Dios el adecentamiento de calles y plazas con el resultado que está a la vista”.
Doña Anunciación, maestra jubilada, posiblemente airada porque el empleado del banco la había tratado con desconsideración en la ventanilla de cobros, gritó, todo lo que le permitieron sus pulmones viejos, que toda la culpa debería recaer sobre el Banco. “Que no en vano – añadió – esta entidad, sin prever consecuencias ulteriores, fortificó sus muros de tal forma que la dinamita puesta por los cacos en sus cimientos, reventaron en la plaza por ser este el sitio más débil del lugar”.
– Hay que elucubrar mucho y bien para llegar a tales consideraciones o desvariar mucho para llegar a conclusión tan peregrina – se defendió el director del banco.
En tales coloquios se pasaron el día los habitantes de Güijuelo de Paña, echándose las culpas los unos a los otros, sin resolver nunca nada, y menos llegar al meollo de la cuestión, dejando siempre para el futuro y el olvido las causas y poniendo en primer plano la discusión y los enfrentamientos.
– ¿Y a ninguno –intervino el zapatero remendón, tratando de arrojar un poco de luz sobre el entuerto– se le ha pasado por la cabeza averiguar el hecho? Acaso no es meridiano darse cuenta que la tormenta, habida sobre la vertical de Güijuelo descargó un rayo sobre la torre de la Iglesia, desprendiéndose la campana y abriendo ésta un cráter en la tierra de la plaza.
– Pues ya ve que no –le respondió cachazudo e irónico Sisenando, el antiguo oficial del Ayuntamiento, a la sazón jubilado.
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