Hasta que el cuadro de psiquiatras de aquel reputado hospital no dictaminó la locura de Juan Fran Francino, éste hombre fue considerado por el mundo entero como un reputado sabio.

Juan Fran Francino para llegar a tan altos vuelos había primero obtenido las mejores calificaciones como estudiante de física, así mismo, cuando una vez terminada esta disciplina se atrevió con materias tan dispares como la filosofía, la astrología y la ingeniería aeronáutica y de esta manera continuó, llevado siempre por la curiosidad inagotable, investigando el mundo desde sus principios, indagando sobre el Universo desde su origen y elucubrando sobre el Creador de tan vasto panorama y de sus interminables milagros como sorprendentes maravillas.

Derramó Fran Francino sobre la personalidad del Creador, loas sin cuento, opinión que se volvió temeraria cuando afirmó que el Universo era tan grande que no veía la imposibilidad de múltiples dioses discípulos colaboradores de un principal. Sin duda era llevado por su entusiasmo y por una imaginación sin límites. Añadió que cuanto sabemos de Él, solo son sus hechos a la vista, logros a nuestro alcance, que podemos igualmente tocar y sentir, pero que ello no es sino, una ínfima parte de cuanto nosotros, limitados, podemos al fin comprender, pues aún no nos es dado imaginar, ni siquiera soñar en toda su extensión, su inmensa divina esplendidez.

También dejó claro que, frente a los que piensan que el ser humano que puebla la Tierra en sus diferentes y variadas facetas no es otra cosa que un experimento del Creador, Francino, rotundo y categórico, que así era el sabido, sostenía si no todo lo contrario, si matices a considerar. Así afirmó:

– El hombre, como ser humano ha sido creado para que, a lo largo de los siglos, el mismo pueda aspirar a ser único y creador. Es decir, convertirse también en un nuevo Dios.

Y continuaba, como si todo lo dicho fuera una deducción lógica y natural:

– De otra forma, quien nos infundió el ser podría habernos hechos perfectos, a su imagen y semejanza. No ha sido así, porque la vida, comprendió Él, se merece un aprendizaje y con ella una aspiración que nunca puede terminar sino está en sus designios.

Ponía ejemplos claros y precisos, decía el instruido, loco ahora por decisión del cuadro psiquiátrico, que el hombre en la Tierra se mueve por ansias, ansia de comer, ansia de prosperar, ansias de ganar dinero cuando este sustituyó al trueque, ansia de amar y ser amado, así como todas y cada una sus derivadas contrarias y continuaba sin fin, para añadir un largo etc. que abarcaba toda aspiración humana conocida.

– A Dios, si así lo queremos llamar, -explicaba también- nos dio tales aspiraciones para que tuviéramos motivos suficientes para ser capaces de levantarnos de nuestra inmovilidad, de la pasividad natural que suele invadir al hombre en su estado más puro. Si Él nos hubiera hecho, de una tacada completos, todas las funciones que la necesidad nos impulsa, estarían cumplidas y por ende seríamos algo sin presente, al tener claro el futuro. Todas las actuaciones que desarrollamos están en función de la resta que nos queda para llegar a ser Él. Sin esto, que parece una lacra, el hombre, ya lo he manifestado, sería un ente sin presente, sin futuro y aún más, careceríamos de pasado, al ser éste, el pasado, parte invisible perdida en la noche de los tiempos.

Fran Francino especuló tanto y se enredó tan bien, que dio al traste con sus demostradas grandezas, aquellas virtudes que le adornaban y que eran regalo de la naturaleza caprichosa, así al menos lo afirmaron quienes le pusieron debajo de la lupa que observa y desgrana aquello que llevamos dentro del cerebro y que nos dicta la música que debemos interpretar hasta la consumación de la vida terrenal.
No obstante, aquel loco sabio intrigó, una vez más con sus enrevesadas palabras y complejas ideas, a las mentes pensantes más preclaras del mundo cuando afirmó que:

– Si bien parece que el saber nos acerca a Dios, cosa esta que aún no tengo claro, y es por eso que yo, particularmente he dejado todo lo demás a un lado de mi diario acontecer, mientras obtengo una respuesta más convincente y porque a la postre me falta interés para continuar en otros pequeños logros, para dedicarme por entero a su descubrimiento del fin del hombre, pues tengo claro que, por encima de todo, está la meta que nos ha impuesto y que logrado ésta, en la consumación de nuestros días, de ella dependerá que, aquellos que la sepan y puedan traspasar, se convertirán en otros iguales a quien nos ha creado.

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