La suavidad con la que le izaron le engañó el trance. Esperaba brusquedades sin cuento, violentos y desagradables empujones y se encontró volando como decapitada ala de gorrión.

          Olvidó los miedos, los pensamientos sombríos, el recrearse sobre los hechos que iban a sucederle y puso toda la atención en la sombra que su cuerpo, en el aire, proyectaba en la pared. Sombra risible, se dijo, que bailaba la dulce danza de un nuevo ritmo. Guiñol pataleante movido por una sola cuerda.

          Un segundo después, ya sin tiempo para arrepentirse, notó como el esparto de la soga le atenazaba cruel la garganta hasta asfixiarle. Sólo entonces se le atragantó la sonrisa, mientras una mueca incrédula le creció en la cara viendo las patéticas contorsiones de su propia sombra.  

 

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