A ciegas dibujé tu rostro,
en la agonía interminable de un sueño,
aquel que pinta con el pincel del alma,
para hacer brotar la sangre del diseño.

Una vez despierto,
recobrado el ansia,
sobre la mesa que escribo,
esta en la que ahora estoy,
pongo cuanto de positivo,
tiene el recuerdo y vivo,
como si pájaro fuera,
del trino que emito,
en las horas tempranas de la aurora.

De tanto augurar tengo,
rosa del pensil florido,
todo mi cuerpo en llamas,
los ojos ardientes,
la mirada cansada,
igual que mi alma arde,
sin mayor cometido,
por desamparada.

Te busco y no te encuentro,
perdido como estoy,
en este mundo fiero,
falto de humanidad y huero,
sin nadie que nos redima,
de deambular huyendo,
de todo cuanto nos hiere,
para purgar el pecado,
de haberte conocido tarde,
en la encrucijada que muere.

No, no lloro por cuento perdí,
que lágrimas ya no me quedan,
las fui perdiendo por los caminos,
aquellos que hube de recorrer,
buscando quien me quisiera.

Cerraste la puerta de entrada,
aquella que al fin se abrió,
sin duda por causa del viento,
oída la fuerza con la que se cerró.

Ya, ya me voy, ya me he ido,
por el mismo camino que hube,
de recorrer diligente,
pensando vano que volvería a verte.

Porque no es así, adiós te digo,
que te acompañe la muerte,
al cabo yo me voy,
sin renunciar a la alegría,
que capaz soy de producir dentro,
pues aquí reposaba inerte,
la felicidad no comenzada,
para mi pérfida suerte.

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