Cuando la promoción del 94, matemáticos, todos ellos excelsos, contactaron con Sartino de la Centésima para recordarle que aquella noche, celebraban el evento de su graduaciones, entre los considerados como los más conspicuos y adelantados, la primera reacción de este, como había venido sucediendo en todos los años anteriores, fue negarse aduciendo el trabajo y el poco tiempo. No se sabe por qué, pues no llegó nunca a explicárselo, lo aceptó.

A las diez en punto de la noche, hora en que empezaba la celebración, Sartino se encontraba sentado en aquel restaurante especializado en comidas caseras, al lado de sus antiguos y poco recordados compañeros esperando que le sirvieran la cena.

Mas era tanta la confusión, aún no llegando los celebrantes a la docena, que tampoco en este momento recuerda haber encargado al camarero cosa alguna. Si que cenó opíparamente, entre copiosas libaciones de cerveza, alubias al vapor de la noche, comida esta que fue definida por su compañero de mesa inapropiada para el instante por llevar en sus entrañas fuerza, furia y fortaleza, excesivas para el momento.

Sartino no supo, sin embargo, hasta después de haber ingerido el plato lo que en realidad comía. Una vez revelado el nombre, alubias en forma de exquisita crema, le vino a la memoria el místico de Samos, el matemática y filósofo Pitágoras. El hombre que descubrió la música de los números, el alma de las habas, el espíritu en el laurel, los números perfectos, los figurados, los imaginables, los amigables etc. y la trasmigración de las almas, con sus tres fundamentos: mente, sabiduría e ira.

Abandonada la celebración y jurando mientras volvía a casa que nunca más, en el resto de sus días, asistiría a tales acontecimientos de confraternización, carentes entre otras particularidades de todo sentido, de realidad funcional y de futuro, su estómago, poco acostumbrado a tales excesos y menos a tan suculentas cenas, se resintió.

Más achacando la segura indigestión a lo inapropiado de lo ingerido, Sartino recurrió de nuevo a Pitágoras y su afirmación sobre las legumbres y fue entonces, cuando el dolor, que solo lo percibía en su barriga llena, le ocupó por entero todo el cuerpo, para inmediatamente asentársele todo él en el corazón.

Así lo dio en pensar, idealizando lo dicho por el filósofo griego hasta llegar a la conclusión, tal fue su estado de ánimo sin lógica alguna ni razonamiento, que creyendo a pies juntillas que se había comido a un ser vivo, se paró en la acera, se sentó en un banco y comenzó a darse tales golpes en el pecho, mientras con grandes voces exhortaba a su corazón al arrepentimiento que, un transeúnte que por allí pasaba a tan altas horas de la noche, asustado también, creyendo cuanto menos que intentaba suicidarse, llamó a la policía.

Viniendo esta, rauda y a tiempo de ver tan absurdas como impropias manifestaciones, que no cejaba de golpearse el pecho con la furia de un titán, le esposaron camino de la comisaría.

Allí, cuando explicó las razones de su comportamiento insólito, no ducha la autoridad en el devenir de Pitágoras, le envió al psiquiátrico donde, diez años después sigue, invocando al alma de las alubias e implicando al sabio en su perdón por tan grave falta por él cometida

Como tampoco en el psiquiátrico nada sabían o puñetero caso hicieron de las predicas del místico y de las repetidas palabras del paciente cuando con arrebatado sentimiento repetía las palabras del maestro pronunciadas 2.300 años antes: “No hagas de tú cuerpo la tumba de tú alma”.

En este tiempo, Sartino, allí encerrado, descubrió, entre otros muchos hallazgos que irán saliendo a la luz, este del número cinco, el asombroso número cinco que como las alubias, además de la música que como tal encierra, dentro de él guarda también, en los cinco rincones que le confieren su valor, aquellas mágicas esquinas en las cuales nació, su propia alma.

 

                                                    

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