Cualquier premio distingue a quien los recibe, si es con esta intención con la que se concede, aclarado queda. Cuando el premio es literario, singulariza a la persona por sus méritos como escritor, ya sea de poesía, novela o teatro, sin olvidarnos del periodismo que es materia esta igualmente literaria, aunque rápida, servida en caliente o al menos y casi la mayor parte de las veces con menos tiempo de reflexión que las otras expresiones nombradas.

Hasta hace poco tiempo, estos premios brillaban por su ausencia, salvo honrosas excepciones hay que convenir que eran pocos y ruinosos. Los mecenas del país pensarían, no sin razón que los escribidores indígenas bien podían mantenerse como dicen que lo hacen los meteorólogos, del aire.

En aquel entonces, es decir en tiempos pasados nunca remotos, la obtención de la prebenda era un don del cielo, pues como maná bajaba de él, y como tal era considerado por todos, incluidos los lectores que se beneficiaban de un crítica verdadera, fácil y al alcance de cualquiera, pues la distinción en un tanto por ciento de las veces muy elevado, estaba irreprochablemente concedida.

En los tiempos que corren, el número de los premios se ha multiplicado por el infinito. Los hay, como es el decir coloquial; grandes, pequeños y de medio pelo, sin que con tal enumeración se atreva uno a distinguir muy bien las diferencias que deben ser fundamentales entre ellos, cuando es que todos deberían estar cortados por el rasero del fin prístino. Con esta abundancia – cuerno de la fortuna para tanto desheredado que encuentra en el momio la fanfarria de la popularidad y del ir tirando como Dios – nos ha sobrevenido algo por demás esperado, la falta de calidad en lo que se presupone hito. El genio premiado en demasiadas ocasiones lo es por amiguismo, vano circunloquio debido al «marketing» como razón, al regalado ditirambo, mal empleado y peor soportado, cuando no a infamantes causas por todos conocidas y ya en demasiadas bocas comentadas. La calidad ha dejado de ser el baremo por el que se mide el premio; vale ahora mucho mas la salida de pata de banco, el trabajo a salto de mata, el exabrupto unido a la puerilidad, por más que esta se peine en cabeza canosa, monda y falta de arquitectura interior, que la estricta regla, la imaginación y el trabajo llevado hasta la extenuación. Se hace caridad sobre caridad -por la repetición al premiado – y así, como no puede ser de otra manera, se llega a que el infrascrito se crea un genio, cuando por todo motivo tiene una sandez ensartada en la mas parvularia y necia de las expresiones.

El buen gusto ha sido asesinado con nocturnidad alevosa, que es en estos cenáculos en donde con mas asiduidad se reparten degradantes sinecuras en voz baja, sin que, no sin vergüenza ajena, -liporía-, nos atrevamos a preguntar a los críticos donde esta su sindéresis, o lo que es lo mismo, su capacidad para juzgar con rigor y acierto el trabajo de los demás.
Es decir, cada uno de los escritos que caen en sus manos y que, mediante el debido análisis de sus páginas avisan al lector de su contenido, para que a la vista de él, estos, aflojen los dineros que les cuesta o puedan retraerse de la compra. Hacer de esta función básica dejación, no es otra cosa que, o falta de preparación, que también de esta fruta tenemos en abundancia en la viña del Señor, o lo que es mas grave, el infamante plato de lentejas por el cual nos vendemos. (Las lentejas, en estos tiempos, son viandas servidas sobre mejores y mas valiosos cubiertos que aquellos que fueron utilizados para comprar la primogenitura de Esaú, devorado por el hambre y su voluntad quebradiza).

No estamos, en modo alguno en contra de los premios. Las distinciones sirven, entre otras muchas razones y posiblemente las primeras, para encontrar valores jóvenes que sin esta causa les sería muy difícil de aflorar. Ahora bien, de aquí a hacer de ellas patio de Monipodio, donde todo valga con tal de que el engendro envuelto en miseria sea el nivel mas alto que se tenga que saltar, va un trecho demasiadas veces permitido, cuando no jaleado por editores poco escrupulosos y público cada vez mas amplio, malformado.

Esperemos el milagrito del deseado cambio.

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