Mirar por  la ventana el mundo,

oír de la tormenta su clamor,

el lúgubre rugido del viento,

filtrando cruel y despiadado espantos.

Negros pavores a nuestro amanecer.

 

Es la conjunción fatal del alma y de la mente,

dioses ambos en lucha constante y sin sosiego,

visionarias las dos, donde el sentido,

cuando preso y maniatado, en confuso  desorden,

produce derrotado, guerras, angustias y temores.

 

En rededor se desparrama como mancha de aceite

lo que de susto rebosa el corazón dolido,

un tropel de espadas conducidas por esqueletos

que al herir la carne la rajan y la secan,

hasta hacer polvo el polvo y de la sangre acequia.

 

Cierro ya los caminos inundados,

de amor en odio convertidos.

Hay un adiós que clama presuroso, cruel,

un llanto reprimido,

mi ansia de querer trasformada,

en  cruel decepción incomprendida.

                                                                 

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