Se te quedan las pecados a la altura del hombro,
con el cansancio justo, con el que se mueven las penas,
para darle a la luna el tributo soñado,
tu luz de ceniza, torbellino tu alma agorera.
Te llevas, en el junco nervioso del talle,
el equilibrio perfecto de la armonía en marcha,
y largos los lazos que ciñen tiernamente,
al fruto moreno de tu vientre chiquito.
¡Ay, niña!, niña, casi negra y dulce, hecha de alambre,
en la pupila verde de tus claras ventanas,
se funde la honda negrura de tu carne.
Por las oscuras rejas de tu espeso cabello,
se mete la noche corriendo tras la sangre.
Y la fuente cercana,
de tu mirar ausente,
extiende el surtidor,
hasta la altura misma,
de tu sonrisa amarga.
¡Niña! !Niña! gitana, casi siempre madre,
tú no jugaste nunca,
se te quedaron todos las muñecas,
colgados de las ramas de los árboles,
o mejor dicho: toda la vida tuya,
es un juego constante,
libre volar de alondra,
o de viento rasgado entre mimbrales.
Te conoces de memoria los caminos
y Memoria es tu nombre,
como un rito.
Gitanos y gitanas se juntaron,
para deliberarte.
Memoria, se te van los luceros,
volando entre la piel y la carne.
En esa vía láctea,
de tu cuerpo salvaje,
acumuladas tienes a todas las estrellas,
que el verano contaste,
alegremente corriendo por la cumbre,
de tus sueños gigantes,
simples sueños de libertad absoluta,
engorados sobre el oro de la tarde.
Niña, Memoria, madre…
sangrante de misterio y de ternura,
dime: ¿por donde andaste?
sabedora de todos los caminos,
fiel caminante.
Sin descanso te lleva tu destino,
con tú pequeña y el regazo al aire,
espacio te falta en todos los senderos
y sobra espuela en tu sosiego amable,
que debajo del puente,
la corriente del sol y la del aire,
le traen y le llevan a tu niño,
la canción que buscaste para amarle.
Le duermen las acacias con su vibrar rutilante,
la canción de los jilgueros en los arrabales,
mientras secas la noche de tus ojos,
para que sueñe un poco con su madre,
mientras crece moreno en la memoria,
igual que tú, ligero y caminante.
Marchareis los dos cogidos por la espalda,
carretera adelante,
y nada importa que aún no te ande solo,
el hijo de tus carnes.
Lo que importa es tenerle a todas horas,
en sueños cogido por el talle,
tejiendo mimbre
y viril, con el látigo y la espuela,
en busca siempre de su madre.
Comments by José Luis Martín