Cuando les echaron en falta, Navidad de 2009, alguien, por casualidad, advirtió que en la fecha del día cumplían sus bodas de oro. Era, no obstante, una advertencia tardía.
Durante meses no se extrañaron de que “los viejos”, ¡pobres viejos!, no contestaran al teléfono. Ignoraban que ya era demasiado tarde.
Al entrar en la casa, tanto tiempo cerrada, olía a polvo picante, a espliego revenido. La oscuridad en el interior la partía un rayo de luz que, como un tiro, entraba por un sutil agujero de la ventana entornada del dormitorio, asesinando a los que desnudos y abrazados, yacían sobre la cama.
De cómo los cuerpos estaban de confundidos, de cómo era la piel una, toda ella pergamino arrugado sin solución de continuidad, cáscara, bulto redondo con la perfección de una nuez; de cómo era amor encerrado en dos corazones que palpitaron a la vez hasta su último suspiro, nadie allí, de los reunidos, supo decir nada.
El son de una zambomba lejana entró en la alcoba como un gemido. La paz del villancico sabía a frío y a lágrima. El llanto quedó estrangulado en una garganta ignorada. Sin duda había advertido que todo, todo, era ya demasiado tarde.
Comments by José Luis Martín