Un filósofo, estudioso de los hábitos insanos de la Humanidad, llegó a la siguiente conclusión: “Todos los pelotas mueren prematuramente”. Después explicaría el proceso diciendo que enfermaban de súbito, al mirarse en el espejo de sus conciencias y que, al verse de aquella forma tan vergonzosa reflejados, de humillación se hincaban de rodillas en el suelo y allí morían asqueados.

 

– Los deseos no siempre coinciden con las realidades – le rebatió otro filósofo. Si me apura le diré que los unos y los otros, deseos y realidades, tienen pocas ocasiones de coincidir en la misma persona.

 

          Un tercer filósofo dijo que la teoría del primero de ellos se cumplía siempre y cuando el adulador tuviera conciencia de sus aptitudes. “Si pasar la lengua por los lugares insólitos y reservados del jefe producen satisfacción, – junto a pingües beneficios- y después, cuando se mire al espejo uno no se rechaza por guarro, el negocio resulta redondo. Las opiniones de los que critican al empalagoso pelota –seguía- nunca matan, a lo sumo y de forma  moderada, entorpecen la fecunda labor de este”.

          La conclusión a la que llegaron los tres filósofos fue que, sólo la

teoría del segundo de ellos se cumplía y que, quienes se dejaban la

existencia delante del espejo eran, adviértase la ironía, aquellos que en

demasía se fijaban en tales minucias.

 

 

                                                                          

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