Te acuerdas, cristiana mía,
la noche que juntos pasamos,
tú y yo entre lirios y lunas,
de envidia se deleitaron con nuestro amor.

Era la sombra oscura locura,
aún más brillante que el sol,
que el canto de las flores nace,
la risa delirio, goce y candor.

Vuela el pájaro de la imaginación prendido,
se posa orgulloso en la rama del árbol florido,
y en todo momento recita y baila,
como consumado actor haciendo de Cupido.

A él le imploro y le clamo,
para que nunca te puedas ir,
que soy comida de lobos,
y no puedo solo vivir.

Cristiana mía, lo que yo pené por ti,
sabes acaso mi vida, las vueltas que yo di,
buscando en tu mirada, la caricia que perdí,
cuando clamabas al cielo implorándole por mí.

Soy aquél que te espera desde los tiempos,
aquellos que se fundieron en el infinito,
hartos de esperar y de esperar hartos,
tal como se apaga y se enciende la llama de un candil.

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