Porque brotó de mi alma un verso,
engorado en mi corazón,
supe, sin otro remilgo,
de quien me había enamorado yo.
Conté en mis sueños,
como lo hace el ruiseñor,
cuando en todo momento sabe,
entonar los trinos en do mayor.
Sin saber tu nombre te llamaba,
con palabras llenas de amor,
aquellas que me dictaba,
las cartas que te escribí sin dirección.
Anduve tus caminos,
por veredas al sol,
protegido de la lluvia,
cundo no muerto de calor.
Todo porque siempre creí,
que los milagros se fraguan,
en los ensueños y hazañas,
en la fe de un conquistador.
Puse al fin en el altar una rosa,
roja era y emanaba tal olor,
que bien parecía el paraíso,
cuando la olía yo.
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