En el pueblo de Coscojal de los Desamparados crecen juntas las ortigas y las amapolas, por lo que no es de extrañar que, por coger las segundas, te ortigen las primeras. De este hecho y otros similares, han inventado-inferido la socorrida frase: “que sea para bien”. Y así, cuando alguien en el lugar tiene un hijo, le toca la lotería o escribe un libro –aún no se ha dado el caso- le dicen pomposos: “que sea para bien”.
Romualdo el literato escribió unas coplas al estilo, decía con suficiencia de perito, de don Jorge Manrique, dedicadas a su primo Restituto y éste, no muy de acuerdo, le puso un ojo morado. Restituto se sintió aludido de malas maneras en su paternidad difusa por todo lo cual le propinó un tortazo, poniéndole el ojo reseñado a la virulé. A Romualdo, cuando se estrujaba el magín para parir las coplas, su madre, que era analfabeta inestable – tenía cataratas en los ojos y había días, a capricho, que la dejaban ver y había días que no- le dijo con todo el cariño que sabemos da una madre: “que te sea para bien, hijo”. Es comprobable, por el color del ojo, que le salió mal.
De los vástagos que vienen a este mundo y que son para bien o para mal, -que de todo debe haber en la viña del Señor – en Coscojal hay ejemplos sin cuento. Eufrasio, por no ir más lejos, sin otros medios que el día y la noche, que en casa de sus padres no había ni para mandar cantar a un ciego, con sólo su esfuerzo llegó a chofer de presidente de Banco con mayúsculas. ¡ Quién lo iba a decir¡
Por el contrario, el primo segundo del boticario, que era listo como él solo y vago como nadie, en el día de hoy, más grande y alto que una horca, anda por la vida dando tumbos y enfrentándosela, sin ningún bagaje ni otro cualquier miramiento.
Cosas como las relatadas, en Coscojal de los Desamparados, (villa que fue con castillo y tuvo castellano de prosapia, después cenobio y es hoy apenas una aldea perdida en el calvero que delimitan el río Tietar y los cada vez más pelados montes de Gredos) un ciento; que para eso su historia es añeja y se entierra con profundas raíces en el suelo árido de Castilla. Por no alargarme más y porque el sucedido fue del conocimiento nacional, contaré la historia de Prosulpiano y sus tres hijos.
Encarnación Taboada, la mujer de Prosulpiano, por salir de la penuria que aquí se caía y allí se levantaba, siempre en pos de un mendrugo de pan, logró ahorrar, no sin esfuerzos ímprobos, para un décimo de lotería de Navidad. El lotero o lo que fuera que le vendió la ilusión le dijo: “que sea para bien “. ¡Oiga, y fue! Nada menos que se vio agraciada con la décima parte del gordo. ¡Fuera penurias, coscorrones y hambrunas! La abundancia se enseñoreó en aquella casa, el cuerno de la exageración vertía sus dones sin tasa ni medida derramándoles sin miramientos a troche y moche.
Prosulpiano con sus tres hijos, dejaron de ir al río a mojarse el culo y coger peces y durante meses, acaso años, se dedicaron a la gran vida y en ocasiones, contadas, al desenfreno. Doña Encarnación – nótese la sutilidad en el cambio drástico experimentado en el nombre- que era práctica y miraba el futuro aún con miedo, se la llevaban los demonios al ver tanta vaguería.
– ¡Venga, levantaos del sillón, que hay que empezar a buscarse algo, que esto no dura toda la vida – les decía recriminándoselo.
Los dineros sobrantes se los gastaron en un barco, porque decían, tanto el padre como los chicos, que era pescar lo único que sabían hacer. Así los cuatro se compraron el barco, desoyendo las enseñanzas de don Gumer, el maestro, quien les quiso iniciar en los rudimentos precisos de la meteorología, ciencia esta sin la cual, salir al mar se convierte en una aventura peligrosa cuando no deviene en mortal. Quiso, sí, el buen maestro familiarizarles con aquellas erudiciones necesarias y básicas para ennoblecer su nueva ocupación y fue todo inútil, huyeron del conocimiento que se sacan de las páginas de los libros, sin el cual nadie puede enfrentarse al mar, cuando el mar, a expensas de ignoradas fuerzas, pierde su calma y se rebela entre olas gigantes y bramidos ensordecedores.
Desnudos por tanto de todo bagaje, conocimiento o pericia sobre tan complicados asuntos, emprendieron la primera y última singladura. Al segundo envite del mar se fueron por la borda y se perdieron entre las procelosas aguas, devoradoras de hombres, restauradoras de niveles, igualadoras de soberbias y tantas otras muchas cosas que pueden decirse de la mar, como la llaman los que la quieren.
En Coscojal se quedó su viuda, sola, pobre, desesperada y repitiéndose, como una cantinela sin fin y sin sentido: ”que sea para bien”.

Comments by José Luis Martín