Cuando Filometa Minarima lloraba su mala suerte, en modo alguno se le pasó por las mientes mirarse dentro. Cuanto de malo le ocurría venía de fuera, que todo lo demás le parecía bien.

Amargamente se quejaba la mujer de no haber tenido la prudencia de mirar cerca, en la viña del Señor aledaña, al racimo brillante y maduro, aquel que estaba tan próximo que con solo estirar el brazo lo hubiera podido alcanzar. Por el contrario, había levantado la vista, hasta más allá, donde se pierde toda perspectiva, para escoger confundida la uva más verde.

Cuando la señora Rosalinda del Montete hablaba de lo mismo, esta, muy al contrario que Filometa, decía que, habiendo una interminable viña plantada por el Señor, donde bien hubiera podido ir y venir y al fin escoger el racimo que más la convenía, aquel que maduro fuera más apetitoso, tomó confundida este mas próximo, sin darse cuenta que el elegido no estaba suficientemente maduro.

 

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