Abierto en canal, desportillado,
con la sangre de la amistad manando a borbotones,
me abrazaste, Lencero; el pecho desnudo y aterido,
para calentar de hermandad mi alma.
Irrumpiste tierno, trayendo de miel los ojos,
trasudando la bondad por tantos poros,
como la muerte, alfileres de lodo, corneaba tu cuerpo,
de basalto roto. Tú cuerpo, Lencero, piedra, tierra y oro.
¡Ay Lencero, amigo!, amigo de mi alma, hombre.
Hierro puro retorcido en soneto,
cantor hermano, hermano del mundo,
consumido en la frágil arquitectura de tus huesos.
Indago yo el descanso, ahora, en tu voz.
Alimento la carne en el banquete de tu espíritu,
mientras los recuerdos conciben a las lágrimas,
fundiéndolas en un desesperado grito de dolor.
Lencero del alma, alma de cristal transparente,
frente donde de amor nacieron las ideas,
sublime manantial, pródigo y derramado,
en el surco fecundo de la vida.
Acaricio tus sonetos y pongo tu hierro retorcido en mi sien.
Te amo hermano, claro y próximo, en la misma lejanía de la distancia.
Lloro tu muerte como muerte amiga y fatal,
mientras cierro la herida de mi dolor en el bálsamo de tu recuerdo.
Comments by José Luis Martín