Debo de empezar diciendo que yo juré, ante la cadena que imaginariamente forman los dedos índices cuanto se juntas por sus extremos, no revelar nunca el secreto a nadie, más tampoco a nadie juré que no lo pudiera escribir. Por ello, helo aquí:

Todo comenzó cuando Ronzalito Pin de la Pon, en el primer patio del colegio dijo a Laurita Pon de la Pin, que en el segundo patio, en los columpios amarillos y verdes, cuando los dos estuvieran sentados en ellos y el uno al lado del otro, revelaría su secreto.

Laurita, que hasta éste momento, por más que todos los días lectivos viera a Ronzalito, apenas si le había tenido en cuenta, aún sentándose en la misma mesa que ella, más picada ahora por la curiosidad dejó el primero de los patios donde jugaba con su amiga Anita de los Rublos y traspasó el umbral del segundo para montar en el columpio verde y amarillo.

Subida pues estaba en el columpio cuando llegó Ronzalito. Se acercó circunspecto a ella, se subió en el otro libre y tomándola de la mano, en el más puro ejercicio del más riguroso secreto, aproximó los artilugios, se aproximó a su oído y despacio, desgranando las palabras, la dijo:

– Laurita, ¿quieres ser mi novia?

Yo, su abuelo, un tanto asustado, todo hay que decirlo, pregunté entonces a mi nieta:

– ¡Y que le respondiste tú, mi niña!
– Qué le iba a decir, que bueno, que porqué no.

Entonces, yo, reflexivo, sin mucho darme cuenta de la situación en la que me encontraba, insistí en preguntarla:

– ¿Puedes decirme qué es lo que viste en él que tanto te ha llamado la atención?
– Guapo no es, lo que se dice guapo, -me contestó- pero sin embargo es buena persona.
Sin duda, pensé, no está mal el comienzo. Parece cuanto menos la cosa muy meditada. Como veníamos del colegio a casa, andando, que es corto el trayecto, insistí en preguntarla si nada más le había atraído de Ronzalito. Laurita me dijo, siempre bajo el estricto secreto que había jurado mantener y nunca quebrantar.

– Si, claro. Mirándole el corazón en él descubrí que le alumbra una linterna roja, lo que me dice muy a las claras que será un hombre con grandes luces.
– Y él, ¿qué ha visto en ti?
– Posiblemente el amor le surgió de repente, cuando en un recreo se enteró por mi amiga Anita que yo ejerzo de bruja. Pero abuelo, todo esto no tiene importancia, lo importante es que nunca, ya en la vida que nos queda, podremos romper.

Y cortándome cuando iba a seguir preguntándola sobre el futuro casamiento que me anunciaba y de la imposibilidad de ser amantes si antes no estaban casados, de nuevo me reconvino diciéndome:

– Quiero abuelo que me jures una vez más que nunca a nadie revelarás mi secreto. Para ello debes cortar la unión que forman la cadena de mis dos dedos índices unidos por las uñas. También debes trazarte una cruz sobre el pecho, al lado del corazón, al tiempo que vuelves a jurar lo que hemos hablado. ¡Hazlo!

Y yo rompí entonces la unión de los dedos índices que ella exponía a mi consideración y trace sobre mi pecho la cruz, todo ello mientras Laurita exuberante me seguía contando lo bien que se lo había pasado en el colegio, en la clase superior a la de párvulos, con los niños y niñas de poco más de seis años que juegan alegres, divertidos, a ser los hombres y mujeres del futuro cercano.

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