Porque hice un alto en el camino,
para hacer recuento de mi vida,
es por lo que puedo afirmar,
sin temor al tiempo que me olvida,
cuan incierto se me hizo enfrentarme al destino.

Llegado hasta este lugar,
a tal edad,
confieso arrepentido,
que junto a mis liviandades,
me arrepiento de la lucha contra el sino,
aquel que de mi hizo,
persona presurosa en el andar,
sin momento a pensar,
que no es la rapidez quien obliga,
muy al contrario, es la vida que termina.

Tanto fue entonces lo que pensé,
como tanto fue lo que olvidé,
que hoy, sentado en la piedra de este atajo,
confieso mirando a quien me espera,
que al correr confundí,
para llegar presuroso a la meta,
mentiras al fin que desesperan,
junto a verdades que yo solo inventé.

Delante del espejo de la tarde preguntaba,
quien era aquel que mirándome se reía,
pues se burlaba de mi rostro yerto,
lleno de arrugas y de esperanzas muerto,
como si payaso fuera de múltiples colores,
esperando el vuelo rasante del ave y su temida profecía.

Cien vidas por vivir haría,
exacta imitación de la que acaba,
que el ser humano no escarmienta,
ni siquiera cuando resuena,
el toque final en lejanía,
aquella trompeta que a juicio nos llama,
para justificar las horas perdidas de una vida.

Si alguien te llamara silencioso y discreto
corre a su encuentro pues te alumbra,
y a gritos o lamentos pregunta,
cual es el camino recto a seguir, sin vericuetos.

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