Estando yo en la mía casa,
contemplando el amanecer,
pasó una niña bonita,
hablando a un triste clavel.

Vi yo su cara radiante,
contemplé su buen hacer,
eso que los mayores olvidan,
cuando párvulos se pliegan al placer.

Llamase Lucía López,
de los lópeces de ayer,
aquellos que por la vida,
ejemplarizan el quehacer.

Lucía revive a la rosa,
ungida por su palabra,
basta que la niña quiera,
para que la flor renazca.

Si tiempo me diera Dios,
para mirar el futuro,
así no me confundiría,
cuando predigo,
que solo la vida pasa,
y la ley de la existencia es,
que solo los milagros ocurren,
cuando nos llega la vejez.

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