LA SOLEDAD DEL BRUTO
Bienvenido Pérez Frondoso, alias Su Bajeza –por lo escaso sin duda, relamido y pejiguera- tiene una leche que para él. Un día, por quítame de ahí esas pajas, descalabró a su perro “Jeromín” de un papirotazo dado con el libro “La soledad del justo”. De este hecho y a bote pronto, uno infiere las consecuencias siguientes:
Primera consecuencia: no siempre el lector entiende el mensaje encerrado dentro de las páginas de un libro. Por muy meridiana que parezca su lectura, a ciertos individuos les deja al pairo y sin gobernalle. De aquí se deriva la siguiente consecuencia.
Segunda consecuencia: la soberbia cuasi natural del escritor de libros con fines pedagógicos-terapéuticas debe quedar minimizada a los casos donde la lectura ha sido provechosa. Como escrupulosamente nos indican las estadísticas, estos casos son siempre milagrosos, por lo que hay que alegrarse con la individualidad, para no morir atropellados por el mare mágnum de la multitud.
Pero sigamos: el volumen, cosido a diente de perro por cierto, conectado violentamente contra la cabeza del chucho, estuvo a punto de dejar al inocente en el sitio. Los motivos que tuvo Su Bajeza para dar lugar al hecho reseñado parece ser que fueron la intromisión del can entre sus piernas –desechar toda imaginación peliculera que nos traiga a las mientes el recuerdo de Javier Bardem en su envidiable situación con Victoria Abril – cuando buscaba un sitio en la balda media de su abarrotada biblioteca donde depositar “La soledad del justo”, recién leído y nada aprovechada enseñanza. Amén.
Honorino Deus Amor, que precisamente no se distinguía por ser amigo de Bienvenido, creyó que los motivos reales que dieron lugar al hecho lamentable fueron que ( todo cuanto a continuación se afirma se deduce de la observancia atenta de la suave pelambrera-plumón del chucho, nube del cielo, y que por su delicada suavidad no debe de ser reo de barrabasada de humano, ni siquiera pillería de astuto ), en llegando a la cruz del libro, de él, tan sólo se quedó con una soledad, con minúsculas, estrecha y lúgubre, como el pasillo de la vida del desamparado, áspera y oscura, negra como dicen que es la boca de lobo, que habla de desconciertos, de fracasos, crisis de identidad, pobreza de espíritu y un etcétera largo como el estéril camino recorrido.
– El apellido “del justo” que redondeaba feliz, la ilusión que vendía –añadió Honorino- se le escabulló dentro de un hondo remordimiento, puesto que todas aquellas páginas de “La soledad…” le habían descubierto su crueldad gratuita, su torcido carácter, sus orgullosas, pueriles e injustificadas formas de bruto irredento.
– A más de misógino –añadió don Ramiro, que le escuchaba pegadito a su oreja, ya que era sordo como enlosada tapia- Yo creo que en realidad era un vulgar subterfugio para esconder la afición principal, que era maricón.
– ¡Qué cosas se le ocurren a usted, buen hombre!
– La verdad de la que no me apeo. Nacida sin duda – y dejando claro que a mi los homo como los heterosexuales me importan un pito, con sus panes se lo coman, los unos y los otros- por su fealdad rayana en la tristeza, que tenía una cara aberrante y repulsiva que daba miedo al mismo miedo. ¡Vamos, que era feo de cojones!
– Una joya Su Bajeza en su consideración, sin duda.
– Que no respeta ni a perros ni a personas, y menos hace caso de lo que exhalan los libros pedagógicos y de los que, puedo dar fe, tiene su biblioteca llena.
Un día, cuando el can “Jeromín” cumplió siete años y Bienvenido acababa de inaugurar la década de los setenta, un terremoto movió la inestable base de su tan abarrotada biblioteca y todos los volúmenes, sin excepción, de todos aquellos anaqueles, como si fueran agua de una catarata recién inaugurada, se precipitaron sobre el sillón de orejas donde se estaba recuperando el dueño misógino y confundido. En aquel lugar se dio el caso más lastimoso en la vida de Su Bajeza. Asfixiado estaba por el torrente de libros, dolorido en sus carnes cuando, una postrera balda, la más alta del entramado arquitectónico de la librería se precipitó sobre la cabeza que trataba de escabullirse de la marea de páginas que le ahogaban.
Fue el final de una vida falsa, la justicia divina que daba fin a la soledad de un hombre injusto y misógino que pasó por esta vida odiando por igual a los hombres y a los perros.
Así, de cuanto antecede se desprenden las dos últimas consecuencias a modo de conclusiones:
Tercera consecuencia: el perro “Jeromín”, con la paciencia del hortelano mirando a las nubes del cielo, limó con sus dientes la madera hasta que produjo el desastre. Una termita sin tiempo que horadó los cimientos del pino derribando lo construido sobre un amo injusto.
Cuarta y última consecuencia: de todo lo dicho se desprende que no siempre tener una biblioteca abarrotada presupone que su dueño haya leído con aprovechamiento los libros que en ella se asientan. Sin duda es más provechoso tener las baldas medio llenas y la cabeza ahíta, que ésta vacía y aquella a rebosar- También tener un perro fiel y confiado que sepa aguantar estoicamente el mal corazón que suelen tener los hombres abollados por una vida ruin.
Comments by José Luis Martín