Poemas y fábulas

por José Luis Martín. Una web de poesía, cuentos y narraciones

DE SOMBRAS Y DE SOLES

 

          Estaba hecho de sombras y de sal de lágrimas. Jirones de tinieblas conformaban a aquel muchacho; y amargura, que así era, porque así le veían los demás.

          Era parejo Jacobo al mismo Quasimodo, era la encarnación fatal de la deformidad, la afirmación rotunda de la fealdad absoluta. Era la misma desesperación de cuantos, por verle, no disponían del privilegio de ignorarle.

          En el desierto de arena y cantos rodados, aquel páramo que nos espera a la salida de toda aflicción, se pasea Jacobo arriba y abajo, lejos del ruido del mundo, hasta que sus piernas, como si de helado de vainilla fueran, flaquean de cansancio. Sobre un montículo de piedras próximo, con un gemido de alivio, se sienta roto el muchacho. Golpea, con el palo que le sirve de sostén, a los guijarros próximos, a los arbustos que desafiando al viento, crecen al amparo de las peñas.

          Un gusano, de blanco vestido, de patas doradas y ojos azules, sale de debajo de una de las piedras golpeada. Aquel hombre, de sombras y de sal de lágrimas hecho, le pone en la palma de su mano. Entonces, el pobre gusano, en su afán por huir asustado, errático y confundido, dando corcovos de caballo, se escapa y son sus pasos tan sutiles, que hace soñar a Jacobo con los gráciles movimientos de la mujer que en secreto ama.

          Así, sobre la palma de su mano, ¡ay, milagro!, surge una bailarina, una diosa a la que ama con tanta pasión que, desde aquel justo instante, este hombre de tinieblas hecho, pasará su soledad abrazado a la cintura de su amada.

 

                                               *                        *                      *

 

Hecho de rayos de sol y de sal de las sonrisas, rocío que limpia y enjuga de sudor la frente y hace desaparecer la sed y el cansancio, es apenas este muchacho el embozo de un hombre. Apenas un niño en el camino de la perfección,

A pesar de todo pasea por el desierto de arena y cantos rodados, por el estéril camino sin fin, a miles de kilómetros o a escasos metros de distancia del otro muchacho.

Es este Cornelio blanco de tez y tan rubio de cabellera, que pasaría por la misma encarnación de Adonis. Soberbio como Júpiter y como él, cruel en sus rayos, pasa por este mundo sin otro pecado que el pecado que se deriva de su propia vacuidad.

En la misma soledad, que perdido de tanto correr ha llegado al mismo montón de piedras y arena donde Jacobo, el vil remedo de Quasimodo, descansara, ahora se sienta Cornelio.

Ensimismado, mirando sin ver, un sueño repentino se posa sobre la palma de su mano. Una bailarina, una diosa tan bella que es la misma Afrodita quien desde aquel pedestal le mira a los ojos.

El muchacho, hecho a la vez de los rayos de sol y de la sal de las sonrisas, bello como la aurora mas necio, rudo en su desprecio y soberbio, la ama con tal brusquedad, carente de todo sentimiento, que degrada a la diosa, a la mujer inmortal, hasta convertirla en un pobre gusano.

Un gusano desvalido, un blanco gusano de patas doradas, de ojos azules, que asustado, corre, dando ridículos corcovos de caballo loco, a esconderse debajo de la piedra más próxima. Sin duda, busca la humedad del refugio donde preservarse de la aridez de la tierra.

 

                                                             

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