La soledad es una espada,
hecha de viento y de fuego,
para cruel atravesar el alma,
cortando de raíz el latido,
que el corazón exhala de miedo.

Frío acero inclemente al ruego,
aquel que secretamente pronunciamos,
porque terrores, inquietudes y turbaciones,
nos invaden silenciosos y sin sonido,
sopesando los valores que se fueron,
cuando la luz sin ella nos quedamos.

Nada ya en el mundo se mueve,
vamos por la vida sumidos en el susurro,
en el son que estremece de horror el espíritu,
el que viene y nos descubre heridos,
de la exhauta fatiga que percibimos al sentir,
a nuestro lado el sonido,
cuando una vez más somos advertidos,
de lo inútil que todo al fin es,
oponernos a aquello que escribimos.

Si como está escrito,
nada se puede borrar,
todo es, según es,
como nos lo explicaron ya.

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