La vi por la calle,

en la acera de enfrente,

corrí tras de ella,

la di un beso en la frente.

 

Era el fantasma,

que en sueños pinté,

era una niña,

con altura de mujer.

 

Rocé con mis manos,

su cara morena,

me dijo muy bajo:

¡acaso no sientes la pena!

 

Era viva la encarnación,

que llevo en el alma,

la memoria adulta,

de todas mis esperanzas.

 

Aquí se acabó,

pues la vi perderse,

mezclarse en la gente,

al fin esconderse.

 

Clara la puso por nombre,

Lucia fue su apellido,

y de Amor la hice,

brillar en la cumbre.

 

Cuando me despierto,

y los ojos abro,

la veo de pie,

o postrada en mis brazos.

 

Diría que me mira,

sé que me quiere,

por eso sus ojos,

cerrados los tiene.

 

Desde aquel instante,

la gloria que viene,

me acompaña siempre,

pisando la nieve.

 

Todos mis quehaceres,

resumen un logro,

saber que Lucía, Clara o Amor,

las tres me quieren.

 

Suba a la montaña,

o en el río pene,

con ellas me acuesto,

que todas se avienen.

 

Me arropan, me miman,

me llaman tres veces,

y yo las complazco,

para que la canción suene.

 

 

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